Metla y el hijo del rey nacieron
en el mismo segundo, bajo una tierra oscurecida por las alas Bozysin. Rompieron
a llorar al mismo tiempo cruzando sus destinos. Aquella noche dejaron al bebé
real a la intemperie como marcaba la tradición. Si pasaba aquella noche sería
digno de seguir viviendo, en un pueblo marcado por la fortaleza de sus miembros.
Era por eso que las mujeres de aquel pueblo parían de abril a octubre, evitando
ver morir de frío al fruto de sus entrañas. La reina vigilaba al príncipe desde
la ventana, pero le estaba prohibido el socorro, en la noche de vigilia más
dura en la vida de una madre. El ángel caído hizo caer el sueño sobre la joven progenitora,
clavó sus uñas de obsidiana al rajando el pecho del infante real, desangrándolo
mientras devoraba el cuerpo del recién nacido, en una ceremonia llena de
simbolismo. No podía dejar nada que hiciera sospechar del engaño. Colocaba así
a su hijo Metla en la cuna que le permitiría ser rey. Le depositó con sumo
cuidado sobre el manto rojizo caliente y húmedo, perfección sobre sangre de rey,
la primera parte del oráculo estaba cumplido. Le tapó con sus alas negras hasta
que el sol salió por la línea del horizonte, hasta que el dolor de la luz del
sol se hizo insoportable. Al despertar, la reina encontró a su permutado nuevo
hijo, vivo y caliente sobre un manto de sangre seca, lo cogió y lo acurrucó
entre sus brazos y lo alimentó de sus pechos. Había sobrevivido, el rey tendría
sucesión sin necesidad de que su cuerpo se abriera de nuevo. Hizo borrar las
huellas de aquello que no podía explicar. Lavó al niño y arrojó la sábana el
fuego que acabaría con el último indicio de su hijo inmolado en aras de la
tercera línea genética.
Bozysin continuó su particular
cruzada contra el hombre. Había logrado colocar a su único vástago humano en
una cuna real, suplantando al heredero del mayor imperio que existía. En su
maldad absoluta creó los Cuatro Espíritus de la Devastación, los llamó muerte,
enfermedad, hambre y guerra. Fueron elegidos entre las peores almas del
infierno, de lo único que quedaba de los hombres más malvados después de su
muerte. Sopló sobre esos cuatro engendros dándoles poder sobre hombres y
bestias. El poder de cambiar de aspecto, aparecer y desaparecer a su antojo,
entrar y salir del averno, introducirse
en el sueño y manipular a los hombres. Les daba la oportunidad de volver a la
vida y el único encargo de destruir. Sólo Bohyne es ubicua, sólo la diosa
creadora del mundo está en todos los seres, también en los Espíritus de la
Devastación, también en Bozysin y en sus hermanos de creación, los hombres,
nada puede escapar de su esencia, pero el mal fue sembrado por todo el orbe,
mientras Metla crecía y se convertía en el dueño y señor de los espectros creados
a su servicio, en el Spectra Blasny, el hombre más poderoso de la Tierra, dueño
único de las tres líneas genéticas. Y así la muerte se cebó con el género
humano, pasando detrás de sus hermanos,
la enfermedad mutó bacterias y creó virus nuevos, el hambre mató
animales y terminó con cosechas y la guerra se introdujo en el hombre cegando
su avaricia. La humanidad conoció el peor periodo de su historia, y el círculo
vicioso de la destrucción se cebó con sus miembros, la población fue diezmada y
debilitada. Lo que había sido una incipiente y exitosa comunidad se convirtió
en un campo de batalla contra la miseria y el semejante. Bozysin desde el
incandescente núcleo del planeta, sonreía satisfecho.
Ni una sola enfermedad sufrió su
cuerpo, ni una sola raspadura su piel. El primogénito varón del ángel caído
parecía inmune a cualquier daño externo. Con un año discutía con los sabios del
reino, con dos hablaba todos los idiomas de la Tierra, creados por su padre
Bozysin cuando el hombre se quiso aliar contra él. A los cinco años era el
estratega militar número uno del reino, con diez el mejor y más cruel de los
guerreros de su suplantado padre. Perfección, dominación y poder, ese fue el
pensamiento del rey el día de la profecía y se había cumplido de tal manera que
hasta su regia voluntad se doblegaba ante la mirada de aquel extraño ser,
proyecto del señorío absoluto. Sólo la reina Rozmer soportaba su mirada, sólo
ella podía calmar la ira del niño demonio, ni el rey se atrevía a yacer con
ella por miedo a los celos de Metla. Rozmer era suya, su diosa absoluta, su
madre, herencia obsesiva de Bozysin por Bohyne, el mismo afán de poseer hasta
el aire de sus pulmones, cada gota de su sudor, cada uno de los pensamientos de
aquella mujer reina. La historia de su padre se repetía en él como la maldición
que llevan los ángeles caídos en el mundo de los dioses, el único ser que el
hijo del mal podía amar, la mujer que lo había alimentado con la leche
producida por su cuerpo.
Ocurrió en su fiesta de
cumpleaños. Quince vueltas completas de la tierra alrededor del astro rey desde
que su verdadero padre oscureció el cielo, su verdadera madre murió tras
derramar una lágrima negra, el verdadero heredero fuera devorado por el dios de
mal y él yaciera sobre el manto de su sangre. Quince años para demostrar su
supremacía absoluta sobre todo ser vivo que habitara la Tierra. Spectra Blasny
dominando a los espíritus del mal y las mentes humanas, adolescente metido de
lleno en una fiesta para adultos, ocupando el lugar que por protocolo
correspondería al rey, al lado de su madre reina. Juegos, bailes sensuales de
cuerpos semidesnudos y cena abundante, con vino y caza, manjares de guerreros.
Demasiado vino desata la lengua y libera la líbido más reprimida. El rey,
tambaleante, se levantó y fue hacia su esposa haciendo el último acto de
hombría, reclamando lo que era suyo por derecho propio. Aquella mujer no había
perdido ni un ápice de su belleza y pese a su estrenada madurez lucía dolorosamente
atractiva al lado de Metla. Era suya, su hijo no tenía ningún derecho a
arrebatársela. Metió las manos por el pelo de su Rozmer, su amada reina, de su legítima
esposa, pero antes de que sus labios pudieran posarse sobre los de su ansiado
objeto de deseo, Metla lo levantó por los aires y lo arrojó a la chimenea. La
música dejó de tocar y nadie movió un solo músculo para salvar a su rey, que
murió entre gritos de dolor y olor a carne chamuscada. Aquella noche Metla
cambió la alfombra en la que dormía al lado de la cama de la reina, velando su
sueño, por el tacto de la piel de Rozmer y sembró en su vientre la continuación
de la tercera línea, macho y hembra para mayor gloria del ángel caído.
Así fue como el hijo del mal fue
coronado monarca absoluto. Ninguna oposición, ningún comentario sobre su
comportamiento. Rozmer fue de nuevo reina con un nuevo rey que hincaba la
rodilla en su presencia con devoción absoluta, con obsesión enfermiza, con total
sumisión bajo su mirada. Y al igual que el día en el que nació, Bozysin
oscureció el sol con sus alas y se sintió orgulloso de aquel fruto de su
cuerpo, y los Espectros Devastadores fueron confinados al infierno, a la espera
de las órdenes de su amo rey.
Metla permaneció con Rozmer día y
noche, siempre bajo su campo visual, siempre pendiente de su esposa madre.
Miraba como sus sirvientas la vestían y la desnudaban. Ella le acompañaba a
cualquier lugar donde él permaneciera. Cada día miraba con devoción como el cuerpo
de su amada gestaba la vida de sus hijos, cada noche la acariciaba y la llenaba
de besos. Incapaz del más mínimo ápice de misericordia hacia los demás, volcaba
la humanidad heredada de Esved, su madre biológica, para idolatrar a Rozmer,
haciéndola la dueña absoluta de su ternura y cuidados obsesivos. Aun así, ni siquiera su parte de dios pudo evitar que
la reina muriera de parto, desangrada como el hijo biológico al que no tuvo
ocasión de amamantar. Sus pechos siempre
fueron para Metla, primero como niño y luego como hombre. Dos criaturas
salieron de su cuerpo, los nietos de Bozysin, un varón y una hembra, Vairon y
Samice, mientras su abuelo susurraba a los vientos la alianza de Bohyne con los
hombres, la promesa hecha a Esved, tu descendencia tan numerosa como las
estrellas del cielo. Metla enloqueció de dolor, hizo embalsamar a su amada para
hacer que la vistieran cada mañana y la desnudaran cada noche, para que fuera a
cualquier lugar en el que él estuviera, para acariciarla y cubrirla de besos
cada noche. Tal fue su locura que terminó con la tregua, llamó a los Espíritus
Devastadores, y se lanzó a la guerra de
las guerras. El amo de los espíritus, el
Spectra Blasny, destruyó intentando calmar su dolor, todo lo que se encontraba
a su paso. Hasta que todos los pueblos de la tierra se doblegaron bajo los
cascos de su caballo, hasta que cada uno de los líderes de los pueblos
conquistados, rindieran pleitesía a su esposa madre, besando sus pies
embalsamados.
Veinte años de guerra para que no
hubiera ni un rincón de la Tierra que perteneciera a otro rey. Fue entonces
cuando la vio, despeinada pero altiva, con el vestido sucio y rajado, cadenas
en sus pies. La reencarnación de Rozmer, por fin había encontrado el cuerpo de
su reina vivo, respirando, esperando sus caricias, objeto despótico de sus
deseos, nunca más solo. Ella había nacido el mismo fatídico día que de sus
hijos. Ahora el cuerpo embalsamado podría descansar en el mausoleo de mármol
que había mandado construir para ella. La reina madre volvía a la vida, a su
vida. Tenía treinta y cinco años el pueblo volvería a tener reina. Su nombre
era Ada, orgullosa, fuerte, soberbia, inteligente y bella, no movió un solo
músculo de la cara ante la noticia de haber sido la elegida, la mujer del hombre
más poderoso del orbe.
La miró mientras la bañaban,
mientras la perfumaban y la vestían con la ropa de Rozmer. Ni un momento perdió
de vista a Ada, mientras en todos los idiomas del hombre susurraba a su oído
las más bellas frases. Aquel devastador, aquel aniquilador, aquel tirano al que
no le temblaba el pulso ejecutando la mayor de las atrocidades, caía rendido a
los pies de su Rozmer que habitaba ahora en el cuerpo de Ada, la nueva dueña de
su vida. Ni una sola frase, ni una sola sonrisa, ni una sola mirada de ternura recibió
de la reencarnación de su amada madre, de la diosa de su vida. Se le rompía el
corazón poniendo el mundo a los pies de aquella criatura que le trataba con la
misma frialdad que él había mostrado con el pueblo al que ella pertenecía.
Nunca contestó a una sola de sus preguntas, su vista siempre fue ausente, ni le
correspondió a ninguna de las caricias y besos que cada noche la regalaba,
poniendo a disposición laxa un cuerpo disociado de su espíritu. Ni un solo
gemido al amor de su cuerpo, ningún atisbo de humanidad hacia él. Todas y cada
una de las noches las pasaba junto a Ada, todas y cada una de las horas del día
bajo su mirada, sin que pudiera arrancar de aquella altiva criatura ni un
gesto, ni de amor ni de desprecio, la indiferencia más absoluta.
La espada brillaba sobre un cojín
de terciopelo rojo teñido con cochinillas, bordado con hilos de oro. Estaba
afilada, limpia de toda la sangre que había derramado con ella en la conquista
de un mundo que no se le había resistido. Era la coronación de Metla como rey absoluto
del orbe, y su reina Rozme, que habitaba ahora en el cuerpo de Ada, estaba de pie a su lado, en la atalaya que habían
construido para que todos pudieran verlo. Ni el más poderoso de sus generales
se atrevió a oficiar la ceremonia. Metla levantó la espada y gritó el nombre de
su padre a los cuatro puntos cardinales y el nombre de Bozysin, el ángel caído,
se pronunció por primera vez en la tierra de la diosa creadora. Del grito del
norte salió el espíritu devastador del hambre, al este el de la guerra, al sur
el de la enfermedad y al oeste el de la muerte. Y los fonemas que crearon el
nombre de su progenitor se extendieron de nuevo por el orbe en forma de
destrucción sobre la diezmada y sufrida especie portadora de las dos líneas
genéticas. Se arrodilló con humildad y dio la espada a su reina, que por
primera vez respondió a sus requerimientos. Ada cogió la espada y la colocó
sobre el hombro derecho del tirano. Rasgó una de sus mejillas, y por primera
vez la sangre de la tercera línea cayó a la tierra de Bohyne. Metla la miró sin
inmutarse, clavando sus ojos en ella como lo hacía desde el primer segundo que
la vio, despeinada y llena de cadenas. Entonces ocurrió, la cabeza del
primogénito del diablo rodó por el suelo desprendida de su cuerpo. Por primera
vez en meses Ada sonrió con la cara salpicada de la sangre de la tercera línea
genética, la misma sangre que en aquel momento portaba su vientre. La profecía
terminó de cumplirse dominio por siglos, inmune
a varón. Ella portaba el dominio en su cuerpo, y ningún varón rasgó su
piel. Metla, el mayor jefe militar del mundo antiguo, el peor tirano del orbe,
el padre de su primer hijo, estaba muerto. Todo el planeta tembló removido por
el dolor de Bozysin, por la vibración que su grito desgarrado provocó desde su
reino en el núcleo de la tierra.
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