miércoles, 16 de septiembre de 2015

Génesis IX

Perfección sobre sangre de rey, dominio por siglos, inmune a varón. Los sonidos salieron de su boca casi como un suspiro, como si el aire se negara a pasar por su garganta haciendo vibrar sus cuerdas vocales.  Salió del trance sin recordar nada de lo que había ocurrido. Aquella droga era excesivamente dura y difícil de conseguir, pero era el encargo de su rey. Su comunidad se afanó por obtener esa sustancia a cualquier precio desde que se supo la noticia del nacimiento de un sucesor real. Sus casi imperceptibles vocablos fueron recibidos con júbilo. Aquello dejó agotada, envejecida, el alucinógeno le había robado parte de su vida, lo sabía, moriría antes a causa de aquella sustancia. Fue despedida del salón del trono con una bolsa de oro, sacada casi en volandas por los guardianes del monarca. El augurio era magnífico y el monarca sonrió satisfecho mirando con orgullo el prominente vientre de su esposa. Tendría un varón, y su primogénito se convertiría en un jefe militar férreo, sus tierras estarán protegidas cuando aquel feto se convirtiera en hombre. Su pueblo se extendería para siempre, el oráculo había hablado.  Los oráculos no mienten,  y éste estaba mucho más claro que el que aquella vieja sacerdotisa predijo sobre el vientre de su madre días antes de su nacimiento, hacía ya treinta años. Vector infecundo de la tercera línea. Sólo existían dos líneas genéticas, las dos provenientes de la diosa creadora, hablar de la tercera línea era solo una frase sin sentido. La primera línea modificada por el azar de la evolución y la segunda directa de los ovarios de la diosa hecha mujer. Pero el oráculo de su nacimiento hablaba de la tercera. Una frase, contundente y sin sentido, ni una sola palabra más, ni una sola explicación. Las predicciones de todos sus antepasados estaban escritas en el muro de las profecías reales, en la última línea debía estar la suya, la del actual rey, grabada en piedra, su aya se lo había contado entre susurros. La sagrada mujer que predijo la tercera línea jamás se había equivocado en sus trances. Buscaron explicación en sabios en todos los rincones del planeta, una versión plausible a seis palabras que ninguna inteligencia podía interpretar. La sacerdotisa apareció muerta descuartizada en su celda cerrada por dentro, con la frase del oráculo escrita con sangre en las paredes. El peor de los sacrilegios había ocurrido. Su padre, asustado, mandó picar aquellas letras del muro de las profecías para que nadie volviera a leerlas. Pero ahora todo era distinto, mandaría escribir el nuevo augurio debajo del surco en el que se convirtió el suyo. Perfección, dominación y poder, todo estaba a favor de su suerte.

Metla y el hijo del rey nacieron en el mismo segundo, bajo una tierra oscurecida por las alas Bozysin. Rompieron a llorar al mismo tiempo cruzando sus destinos. Aquella noche dejaron al bebé real a la intemperie como marcaba la tradición. Si pasaba aquella noche sería digno de seguir viviendo, en un pueblo marcado por la fortaleza de sus miembros. Era por eso que las mujeres de aquel pueblo parían de abril a octubre, evitando ver morir de frío al fruto de sus entrañas. La reina vigilaba al príncipe desde la ventana, pero le estaba prohibido el socorro, en la noche de vigilia más dura en la vida de una madre. El ángel caído hizo caer el sueño sobre la joven progenitora, clavó sus uñas de obsidiana al rajando el pecho del infante real, desangrándolo mientras devoraba el cuerpo del recién nacido, en una ceremonia llena de simbolismo. No podía dejar nada que hiciera sospechar del engaño. Colocaba así a su hijo Metla en la cuna que le permitiría ser rey. Le depositó con sumo cuidado sobre el manto rojizo caliente y húmedo, perfección sobre sangre de rey, la primera parte del oráculo estaba cumplido. Le tapó con sus alas negras hasta que el sol salió por la línea del horizonte, hasta que el dolor de la luz del sol se hizo insoportable. Al despertar, la reina encontró a su permutado nuevo hijo, vivo y caliente sobre un manto de sangre seca, lo cogió y lo acurrucó entre sus brazos y lo alimentó de sus pechos. Había sobrevivido, el rey tendría sucesión sin necesidad de que su cuerpo se abriera de nuevo. Hizo borrar las huellas de aquello que no podía explicar. Lavó al niño y arrojó la sábana el fuego que acabaría con el último indicio de su hijo inmolado en aras de la tercera línea genética.

Bozysin continuó su particular cruzada contra el hombre. Había logrado colocar a su único vástago humano en una cuna real, suplantando al heredero del mayor imperio que existía. En su maldad absoluta creó los Cuatro Espíritus de la Devastación, los llamó muerte, enfermedad, hambre y guerra. Fueron elegidos entre las peores almas del infierno, de lo único que quedaba de los hombres más malvados después de su muerte. Sopló sobre esos cuatro engendros dándoles poder sobre hombres y bestias. El poder de cambiar de aspecto, aparecer y desaparecer a su antojo, entrar y salir del averno,  introducirse en el sueño y manipular a los hombres. Les daba la oportunidad de volver a la vida y el único encargo de destruir. Sólo Bohyne es ubicua, sólo la diosa creadora del mundo está en todos los seres, también en los Espíritus de la Devastación, también en Bozysin y en sus hermanos de creación, los hombres, nada puede escapar de su esencia, pero el mal fue sembrado por todo el orbe, mientras Metla crecía y se convertía en el dueño y señor de los espectros creados a su servicio, en el Spectra Blasny, el hombre más poderoso de la Tierra, dueño único de las tres líneas genéticas. Y así la muerte se cebó con el género humano, pasando detrás de sus hermanos,  la enfermedad mutó bacterias y creó virus nuevos, el hambre mató animales y terminó con cosechas y la guerra se introdujo en el hombre cegando su avaricia. La humanidad conoció el peor periodo de su historia, y el círculo vicioso de la destrucción se cebó con sus miembros, la población fue diezmada y debilitada. Lo que había sido una incipiente y exitosa comunidad se convirtió en un campo de batalla contra la miseria y el semejante. Bozysin desde el incandescente núcleo del planeta, sonreía satisfecho.

Ni una sola enfermedad sufrió su cuerpo, ni una sola raspadura su piel. El primogénito varón del ángel caído parecía inmune a cualquier daño externo. Con un año discutía con los sabios del reino, con dos hablaba todos los idiomas de la Tierra, creados por su padre Bozysin cuando el hombre se quiso aliar contra él. A los cinco años era el estratega militar número uno del reino, con diez el mejor y más cruel de los guerreros de su suplantado padre. Perfección, dominación y poder, ese fue el pensamiento del rey el día de la profecía y se había cumplido de tal manera que hasta su regia voluntad se doblegaba ante la mirada de aquel extraño ser, proyecto del señorío absoluto. Sólo la reina Rozmer soportaba su mirada, sólo ella podía calmar la ira del niño demonio, ni el rey se atrevía a yacer con ella por miedo a los celos de Metla. Rozmer era suya, su diosa absoluta, su madre, herencia obsesiva de Bozysin por Bohyne, el mismo afán de poseer hasta el aire de sus pulmones, cada gota de su sudor, cada uno de los pensamientos de aquella mujer reina. La historia de su padre se repetía en él como la maldición que llevan los ángeles caídos en el mundo de los dioses, el único ser que el hijo del mal podía amar, la mujer que lo había alimentado con la leche producida por su cuerpo.

Ocurrió en su fiesta de cumpleaños. Quince vueltas completas de la tierra alrededor del astro rey desde que su verdadero padre oscureció el cielo, su verdadera madre murió tras derramar una lágrima negra, el verdadero heredero fuera devorado por el dios de mal y él yaciera sobre el manto de su sangre. Quince años para demostrar su supremacía absoluta sobre todo ser vivo que habitara la Tierra. Spectra Blasny dominando a los espíritus del mal y las mentes humanas, adolescente metido de lleno en una fiesta para adultos, ocupando el lugar que por protocolo correspondería al rey, al lado de su madre reina. Juegos, bailes sensuales de cuerpos semidesnudos y cena abundante, con vino y caza, manjares de guerreros. Demasiado vino desata la lengua y libera la líbido más reprimida. El rey, tambaleante, se levantó y fue hacia su esposa haciendo el último acto de hombría, reclamando lo que era suyo por derecho propio. Aquella mujer no había perdido ni un ápice de su belleza y pese a su estrenada madurez lucía dolorosamente atractiva al lado de Metla. Era suya, su hijo no tenía ningún derecho a arrebatársela. Metió las manos por el pelo de su Rozmer, su amada reina, de su legítima esposa, pero antes de que sus labios pudieran posarse sobre los de su ansiado objeto de deseo, Metla lo levantó por los aires y lo arrojó a la chimenea. La música dejó de tocar y nadie movió un solo músculo para salvar a su rey, que murió entre gritos de dolor y olor a carne chamuscada. Aquella noche Metla cambió la alfombra en la que dormía al lado de la cama de la reina, velando su sueño, por el tacto de la piel de Rozmer y sembró en su vientre la continuación de la tercera línea, macho y hembra para mayor gloria del ángel caído.

Así fue como el hijo del mal fue coronado monarca absoluto. Ninguna oposición, ningún comentario sobre su comportamiento. Rozmer fue de nuevo reina con un nuevo rey que hincaba la rodilla en su presencia con devoción absoluta, con obsesión enfermiza, con total sumisión bajo su mirada. Y al igual que el día en el que nació, Bozysin oscureció el sol con sus alas y se sintió orgulloso de aquel fruto de su cuerpo, y los Espectros Devastadores fueron confinados al infierno, a la espera de las órdenes de su amo rey.   

Metla permaneció con Rozmer día y noche, siempre bajo su campo visual, siempre pendiente de su esposa madre. Miraba como sus sirvientas la vestían y la desnudaban. Ella le acompañaba a cualquier lugar donde él permaneciera. Cada día miraba con devoción como el cuerpo de su amada gestaba la vida de sus hijos, cada noche la acariciaba y la llenaba de besos. Incapaz del más mínimo ápice de misericordia hacia los demás, volcaba la humanidad heredada de Esved, su madre biológica, para idolatrar a Rozmer, haciéndola la dueña absoluta de su ternura y cuidados obsesivos. Aun así,  ni siquiera su parte de dios pudo evitar que la reina muriera de parto, desangrada como el hijo biológico al que no tuvo ocasión de amamantar.  Sus pechos siempre fueron para Metla, primero como niño y luego como hombre. Dos criaturas salieron de su cuerpo, los nietos de Bozysin, un varón y una hembra, Vairon y Samice, mientras su abuelo susurraba a los vientos la alianza de Bohyne con los hombres, la promesa hecha a Esved, tu descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo. Metla enloqueció de dolor, hizo embalsamar a su amada para hacer que la vistieran cada mañana y la desnudaran cada noche, para que fuera a cualquier lugar en el que él estuviera, para acariciarla y cubrirla de besos cada noche. Tal fue su locura que terminó con la tregua, llamó a los Espíritus Devastadores, y  se lanzó a la guerra de las guerras.  El amo de los espíritus, el Spectra Blasny, destruyó intentando calmar su dolor, todo lo que se encontraba a su paso. Hasta que todos los pueblos de la tierra se doblegaron bajo los cascos de su caballo, hasta que cada uno de los líderes de los pueblos conquistados, rindieran pleitesía a su esposa madre, besando sus pies embalsamados.

Veinte años de guerra para que no hubiera ni un rincón de la Tierra que perteneciera a otro rey. Fue entonces cuando la vio, despeinada pero altiva, con el vestido sucio y rajado, cadenas en sus pies. La reencarnación de Rozmer, por fin había encontrado el cuerpo de su reina vivo, respirando, esperando sus caricias, objeto despótico de sus deseos, nunca más solo. Ella había nacido el mismo fatídico día que de sus hijos. Ahora el cuerpo embalsamado podría descansar en el mausoleo de mármol que había mandado construir para ella. La reina madre volvía a la vida, a su vida. Tenía treinta y cinco años el pueblo volvería a tener reina. Su nombre era Ada, orgullosa, fuerte, soberbia, inteligente y bella, no movió un solo músculo de la cara ante la noticia de haber sido la elegida, la mujer del hombre más poderoso del orbe.

La miró mientras la bañaban, mientras la perfumaban y la vestían con la ropa de Rozmer. Ni un momento perdió de vista a Ada, mientras en todos los idiomas del hombre susurraba a su oído las más bellas frases. Aquel devastador, aquel aniquilador, aquel tirano al que no le temblaba el pulso ejecutando la mayor de las atrocidades, caía rendido a los pies de su Rozmer que habitaba ahora en el cuerpo de Ada, la nueva dueña de su vida. Ni una sola frase, ni una sola sonrisa, ni una sola mirada de ternura recibió de la reencarnación de su amada madre, de la diosa de su vida. Se le rompía el corazón poniendo el mundo a los pies de aquella criatura que le trataba con la misma frialdad que él había mostrado con el pueblo al que ella pertenecía. Nunca contestó a una sola de sus preguntas, su vista siempre fue ausente, ni le correspondió a ninguna de las caricias y besos que cada noche la regalaba, poniendo a disposición laxa un cuerpo disociado de su espíritu. Ni un solo gemido al amor de su cuerpo, ningún atisbo de humanidad hacia él. Todas y cada una de las noches las pasaba junto a Ada, todas y cada una de las horas del día bajo su mirada, sin que pudiera arrancar de aquella altiva criatura ni un gesto, ni de amor ni de desprecio, la indiferencia más absoluta.

La espada brillaba sobre un cojín de terciopelo rojo teñido con cochinillas, bordado con hilos de oro. Estaba afilada, limpia de toda la sangre que había derramado con ella en la conquista de un mundo que no se le había resistido.  Era la coronación de Metla como rey absoluto del orbe, y su reina Rozme, que habitaba ahora en el cuerpo de Ada, estaba  de pie a su lado, en la atalaya que habían construido para que todos pudieran verlo. Ni el más poderoso de sus generales se atrevió a oficiar la ceremonia. Metla levantó la espada y gritó el nombre de su padre a los cuatro puntos cardinales y el nombre de Bozysin, el ángel caído, se pronunció por primera vez en la tierra de la diosa creadora. Del grito del norte salió el espíritu devastador del hambre, al este el de la guerra, al sur el de la enfermedad y al oeste el de la muerte. Y los fonemas que crearon el nombre de su progenitor se extendieron de nuevo por el orbe en forma de destrucción sobre la diezmada y sufrida especie portadora de las dos líneas genéticas. Se arrodilló con humildad y dio la espada a su reina, que por primera vez respondió a sus requerimientos. Ada cogió la espada y la colocó sobre el hombro derecho del tirano. Rasgó una de sus mejillas, y por primera vez la sangre de la tercera línea cayó a la tierra de Bohyne. Metla la miró sin inmutarse, clavando sus ojos en ella como lo hacía desde el primer segundo que la vio, despeinada y llena de cadenas. Entonces ocurrió, la cabeza del primogénito del diablo rodó por el suelo desprendida de su cuerpo. Por primera vez en meses Ada sonrió con la cara salpicada de la sangre de la tercera línea genética, la misma sangre que en aquel momento portaba su vientre. La profecía terminó de cumplirse dominio por siglos, inmune a varón. Ella portaba el dominio en su cuerpo, y ningún varón rasgó su piel. Metla, el mayor jefe militar del mundo antiguo, el peor tirano del orbe, el padre de su primer hijo, estaba muerto. Todo el planeta tembló removido por el dolor de Bozysin, por la vibración que su grito desgarrado provocó desde su reino en el núcleo de la tierra. 
 

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