sábado, 20 de enero de 2018

Génesis. Prólogo


No entendía el revuelo que se estaba formando. Pero tanto movimiento no podía augurar nada bueno. Cuando la habitual paz de aquella calle se rompía, algo extraordinario iba a pasar. Bueno o malo. Un pequeño escalofrío recorriendo su columna le avisó de que era lo segundo lo que iba a ocurrir. Segundos antes se encontraba cómodo y feliz en la cúspide de su éxito. No había mortal con más poder en toda aquella metrópoli. Respiró molesto esperando con impaciencia a qué se debía todo aquello.
A través de las enormes ventanas de su despacho, veía a la multitud arremolinada en torno a una diosa que acababa de llegar rodeada de su séquito. Ningún dios se adentraba allí sin hacer gala de su poder frente a todos. Aun así, no era habitual que aquellos seres se dejaran ver por la Ciudad de los Mortales. Allí no encontraban nada que pudiera satisfacer sus refinados deseos. Por eso podían vivir tranquilos en aquel rincón, con sus leyes, sus alegrías y sus miserias. Lejos de las miradas no deseadas de sus volubles creadores.
Pero cuando lo hacían, irrumpían en su ciudad con el despotismo del que se sabe dueño de todo. Desde el piso doce del consistorio no podía ver quien era, aunque tampoco lo necesitaba. Venía a verle a él. Aquella era suficiente pista para reconocer a su hacedora, su dueña, el ser al que debía existencia y posición. La mañana había sido tranquila hasta ese momento, pero le esperaban problemas, estaba seguro. Lo último que deseaba en ese momento era tener que doblegar su ego a las exigencias de su creadora. Hacía demasiado tiempo que su soberbia crecía alimentada por quién y lo que era.
Se miró las uñas con nerviosismo y se mordisqueó un padrasto que pareció surgir de ningún sitio. Dejó de prestar atención al papel que tenía sobre la mesa y que hasta minutos antes había centrado todo su interés y derramó sobre él la infusión fría que se estaba tomando. No tenía tiempo de llamar a alguien que lo limpiara antes de que su imponente Señora apareciera como un huracán en su despacho. Arrugó el ceño por la contrariedad mientras las dos hojas de la puerta se abrieron al mismo tiempo. Su secretaria se asomó por un lado poniendo cara de no poder hacer nada más. Mientras, por el centro apareció una figura femenina majestuosa, tres cabezas más alta que él, taconeando con un ruido casi sensual en la tarima mientras se acercaba a él sin ningún protocolo. Aquella era una manera de entrar que solo aquella diosa podía permitirse. Llegó hasta su mesa y se sentó sin mediar una sola palabra. Lo primero que vio la infusión derramada y la cara desencajada del alcalde. Aquella violación del protocolo la hubiera molestado en cualquier otra ocasión, sin embargo, su mente estaba en otro lado.
Pelder se había levantado de un salto dispuesto a ayudarla a tomar asiento, pero la diosa fue más rápida. Él se sintió aturdido por unas formas que no recordaba. Allí estaba la diosa de diosas, en su despacho, frente y a solas con él. Los pocos segundos que usó para tomar aliento, se le hicieron eternos.
Hacía años que no se veían. La más poderosa e influyente de las diosas no había cambiado ni un ápice. En su inmortalidad conservaba su figura y su belleza. Sin embargo, para el alcalde, sí habían pasado los años y se habían reflejado en su cuerpo. Se pasó los dedos por su cabeza, había canas en ella y pequeñas arrugas en los bordes de sus ojos. La vejez aún estaba lejos, pero caminaba irremediablemente hacia ella, si antes no dejaba de ser útil y era sustituido. Aún era atractivo o así se lo hacían creer las jovencitas intentaban obtener favores de su posición. En ese momento acusó de forma nítida el paso de la vida por él y de él por la vida.
Aquella mañana Ceres lucía pálida, con claros síntomas de haber dormido poco y mal las últimas noches. Ni tan siquiera se había molestado en lucir perfecta, era claro que algo superior a sus enormes fuerzas la comía por dentro. Fuera lo que fuera, aquello era grave y estaba a punto de enterarse. Aun así, el halo poder brillaba alrededor de su silueta. Peder nunca la había visto tan preocupada ni tan nerviosa.
-         Señora, es un placer tenerle en nuestra humilde ciudad, dijo bajando ligeramente la cabeza. ¿Ambrosía? ¿café?
-         No es una visita de cortesía, necesito tu ayuda Pelder.
Ceres no se andaba por las ramas, lo que quería lo quería ya. A él no le quedaba otro remedio que bajar la cabeza y obedecer. No tenía costumbre de mostrarse sumiso y solícito, él era Fidias Pelder, el hombre más poderoso entre los mortales. Soberbio, impaciente, acostumbrado a dar órdenes sin recibirlas, a imponer su criterio y voluntad. El mismo hombre que estaba, esperando como una mascota las instrucciones de su ama. Ella lo puso allí y ella podía precipitar su caída.
Tragó saliva sin saber qué sería de su vida cinco minutos después.
La diosa lo miró sabiendo de su poder, ella no pedía favores, ella solo ordenaba. Era consciente de que aquella forma de actuar entre sus iguales, hubiera sido absolutamente incorrecta. Pero no trataba con un igual. Tenía prisa y estaba perdiendo los nervios. Ella creó a Pelder y lo puso en aquel puesto, su vida le pertenecía. Todo lo que ella pidiera se haría. No había plan B, sus deseos más que órdenes, eran realidades.
-         Estoy impaciente por servir a su Alteza, dijo casi con un suspiro, sin atreverse siquiera a mirarle a la cara.
La cabeza de Fidias debía actuar rápido. Él era inteligente, brillante, había sido creado con más esmero que el resto de sus congéneres. Sin embargo, su vida, su posición, todo por lo que había luchado, podía diluirse como una gota de sangre en un vaso de agua. Un destello mezcla de codicia y preocupación, brilló en sus ojos del alcalde. Si obedecía con presteza sería recompensado. Ceres era altiva y déspota, pero también la más poderosa de las diosas, pagaría bien sus servicios. Estaba meridianamente claro que venía a servirse de ellos.
-         Hace quince días que desapareció mi hija
-         ¿Laska?
-         Bohyne. Eso es lo que me preocupa, no ha dicho nada, no se ha llevado nada y nadie la ha visto. No sabemos cómo se las ha ingeniado para desaparecer, últimamente estaba rara, como ausente…
-         Le encontraremos. ¿Hay algún indicio de que se encuentre en mi ciudad?
Se arrepintió de inmediato de aquella frase. No era su ciudad, pero actuaba como si de verdad lo fuera. Aquel lugar pertenecía a los dioses. Él era solo el lacayo que la mantenía en orden, abusando de su poder. Todos lo sabían, y los dioses lo consentían. Alardear delante de Ceres podía suponerle problemas.
Ceres percibió la gota de sudor que se formó en la sien de Pelder. En cualquier otra ocasión hubiera jugado con aquel ser tan solo para divertirse, pero sus preocupaciones en aquel momento eran otras. No tenía tiempo para divertimentos ni humor para los mismos.
-         Voy a contarte una historia, pero pagarás con tu vida si esto sale de aquí.
Pelder sabía que aquello no era una frase hecha. La voz de la diosa sonó como el de un cuchillo que se abre rasgando la carne mientras el suelo se llena de sangre. Esa fue la sensación mientras las palabras vibraban en el aire.
-         Mis labios están sellados y mi vida a su servicio.
-         Siéntate y escucha.
Ceres contó la historia de su hija, de su locura por aquel ser inferior, el único que su empatía había podido crear. Ella lo sabía todo desde el primer momento. Conocía a su hija, Soulas había sido el único creado que ella formó. De cómo se convirtió en su amigo y confidente. Contó a Pelder la relación que los unía, de sus citas a escondidas, de sus paseos por la Ciudad de los mortales. Nada podía escaparse a sus ojos, ni los secretos compartidos, ni el saber que aquel mortal cuidaría como nadie a su frágil niña. Lo sabía todo y calló. Ahora se arrepentía de haber dejado que aquel capricho hubiera durado tanto tiempo.
Le contó la última vez que estuvo en su casa, la última conversación con Laska, su traslado al horrible apartamento donde vivía, y hasta detalles íntimos que sus espías le habían desvelado.
-         Soulas Bozysin. Es amigo de mi hija, incluso más que un amigo. Imagina… ¡un mortal compartiendo cama con una diosa! Es una aberración. 
-         Comprendo…
-         ¡No comprendes!, ¡ni tan siquiera pase por tu cabeza comprender nada! Tengo muchos planes para ella, la necesito de vuelta.
-         Lo siento Señora.
-         Ponle espías, encuéntralo, síguelo, quiero saber todo, lo que come, cuantas veces se ducha, qué piensa, qué calcetines lleva y cuántas veces respira por minuto. Si hace falta tortúralo hasta la muerte, pero que te diga dónde está Bohyne.
-         Así se hará
-         Él no me importa, hace tiempo que debía haber desaparecido.
-         Me pongo inmediatamente con ello.
-         Mantenme informada…. Y gracias
Ceres se levantó y desapareció por la puerta de la misma manera que había entrado, dejando un halo de perfume en el sitio en el que había permanecido.
La diosa había dicho gracias, era la primera vez que aquella palabra estaba dirigida a él. Aquello pintaba grave, no había duda.
-         Soulas Bozysin, no hay sitio donde puedas esconderte.
Apretó un botón para llamar a su secretaria que acababa de cerrar la puerta que había dejado Ceres en su salida.
-         Llama al jefe de policía, lo quiero aquí ya.