domingo, 28 de diciembre de 2014

Génesis V

Aquel pedacito de Ceres había cumplido bien su cometido y la diosa soñó aquella noche con un mundo diferente, de seres más pequeños y paisajes diversos, con nichos ecológicos en los que vivieran miles de especies más dulces que las que acababa de destruir. Solo un pensamiento la consolaba de la aberración que acababa de cometer, y ese era, de la muerte surge la vida. Tuvo un sueño intranquilo, las imágenes de sus gigantes extinguiéndose especie tras especie se sucedieron en la fase onírica de su agitada mente. Se despertó varias veces pensando en juntar la materia y la antimateria y empezar de cero. Al día siguiente al levantarse vería el destrozo que había hecho y actuaría en consecuencia. Con la oscuridad y el cansancio no pueden tomarse decisiones que afecten a todo un universo. Así que volvió a dormirse deseando que aquella noche acabara pronto. Y la noche acabó, porque el tiempo pasa de forma cruel e inexorable incluso para los dioses. Por muy inmortales que sean no se pueden librar ni del dolor ni del remordimiento. Así que la diosa se acercó de nuevo a su planeta para ver qué había sido de él.
Una carcajada cristalina surgió de su garganta, un grito de júbilo. La vida se había abierto paso de nuevo. Aquel meteorito no había acabado con toda la vida sobre la tierra, ni tan siquiera la había simplificado a nivel de artrópodo o peor, de bacteria. Estaba ocurriendo como ella había soñado aquella noche. Nuevas especies habían florecido del caos, animales cubiertos de pelos y de plumas, los peces cartilaginosos habían sobrevivido y dado lugar a peces oseos, los helechos se habían reducido a unas pocas especies en zonas húmedas, y en su lugar hierbas, arbustos y árboles se erguían en extensas zonas. El planeta seguía teniendo un bonito color azul y verde, coronado con dos bonetes de blanco perfecto en sus puntas. Respiró prometiéndose a sí misma que nunca volvería a crear una extinción masiva.
Y observó a los animales, solo los cubiertos de plumas seguían poniendo huevos para reproducirse, solo esos y un extraño animal con pico de pato al que no dio mucha importancia. Había miles de especies de vertebrados para observar y divertirse. Desde arriba el planeta tenía separada la tierra y el mar, y esta se encontraba casi toda en grandes masas continentales. Observó las dorsales oceánicas, las placas litosféricas, las mareas, las corrientes marinas, los terremotos, maremotos y volcanes. La física y la evolución lo estaban convirtiendo en un planeta muy diverso, más interesante de lo que había sido hasta entonces. Había flores de los más increíbles colores, frutas, plantas de formas diversas, creciendo incluso en el medio ambiente más desfavorable.
Volvió a sus ojos al centro de uno de los continentes del sur. Había una inmensa extensión de tierra en la que la vida se había desarrollado con especial virulencia y fue allí, en aquel rincón de un planeta esquinado en un universo en expansión, donde encontró lo que buscaba. Por fin aquella especie había aparecido, después de muchas extinciones y dos  de ellas masivas, había surgido una criatura casi a su imagen, cuya forma era muy parecida a la de la diosa. Vivía en pequeños clanes, tenía una marcada organización social, comían de todo y a pesar de no ser buenos en nada se las apañaban muy bien. No eran rápidos corriendo, ni tenían garras afiladas, ni podían volar, eran tremendamente vulnerables a los ataques los depredadores, sin embargo mostraban claros signos de inteligencia. La diosa eligió a esa especie para que reinara sobre el resto de ellas. Necesitaba llevarse a uno de esos individuos para dar el siguiente paso en su desplanificada y caótica manera de gobernar el planeta. Así que la diosa, esa misma noche, secuestró del clan a macho joven, lo recogió entre sus manos y lo llevó muy al norte, en la confluencia entre dos ríos. Lanzó sobre él un profundo sueño mientras le preparaba para ser el primer ser racional del planeta. Le irguió la espalda, le estiró para aumentar su tamaño y hacerlo más grácil,  y depiló, insufló su aliento por la naríz  para desarrollar su inteligencia. Cuando lo tuvo preparado lo dejó dormir debajo de un árbol. Mientras dormía le puso un nombre, Adán, el padre de todos los hombres. Surgido directo de su adn, con la misma forma que los dioses y con inteligencia para dominar el planeta. La diosa lo miraba dormido y surgió de ella un sentimiento que las diosas no deben tener a las criaturas que de ellas salen. Puso sus manos sobre su pecho y le dijo: ''Serán tus descendientes más numerosos que las estrellas del cielo, y su heredad este planeta, para que lo cuiden y gobiernen con sabiduría, llevan mis genes, los de una diosa, que hagan gala del patrimonio que llevan en sus células o yo misma acabaré con ellos''. Y fue esa alianza la que le unió para siempre a esa rara especie y a ese individuo que ella misma forjó con sus manos.
Y Adán durmió durante meses, la diosa lo cuidaba y alrededor del dormido creó un jardín, un Edén para esa criatura de la que ya no podría separase. Creó un paraíso con todas las clases de animales y plantas que podían agradar a su hombre. Recorrió el mundo buscando los más bellos y los colocó en armonía alrededor de esa criatura que cada día alimentaba de su aliento. Y la criatura maduró, pasó de macho joven a un magnífico espécimen adulto, en su sueño y gracias al alimento que Ella le daba cada día, creció en sabiduría, hasta el día que le tocó despertar de ese dulce letargo en el que todo le era dado. La diosa se escondió viendo como estiraba ese magnífico cuerpo que empezaba a vivir. Espió como sonreía, sus dientes blancos sobre su piel tostada, sus ojos oscuros observando por primera vez todo lo que había alrededor con una chispa de inteligencia. La diosa se alegró de haber mandado ese meteorito, aquella criatura era merecedora de la extinción de los dinosaurios y de la noche en duermevela que había pasado. Y Adán abrió la boca y de sus labios surgieron las primeras palabras de la historia '' Serán mis descendientes más numerosos que las estrellas del cielo y su heredad este planeta''. Lo recordaba, se le había grabado en su subconsciente mientras se transformaba en el primer hombre. El círculo se cerraba ambos habían aceptado el contrato que los uniría para siempre. Adán vivió feliz en aquel lugar alimentándose de todos los frutos que quería. Paseaba sintiendo el rocío de la hierba al levantarse, miraba a las estrellas al acostarse y con su inteligencia superior puso nombre a todos los animales y las plantas que vivían con él. Buscó y buscó, pero no encontró una compañera para él, vio como todos los animales iban en pareja, pero Adán, el primer hombre, el dueño y señor del lugar más increíble de la tierra, estaba solo. Dejó de pasear, de poner nombres a las cosas y de admirar el cielo lleno de estrellas. Se sentaba horas y horas delante de la cascada viendo como caía el agua, sin querer comer ni beber. La diosa no pudo esperar más, no podía seguir viendo como su mejor obra se dejaba morir de melancolía, tenía que buscarle un igual. Volvió al centro de África a la tribu natal de su hombre a buscarle una compañera. Haría lo mismo, la cambiaría de aspecto y psicología. Miró y miró, pero no pudo encontrar nada adecuado, el tiempo corría en contra, no podía inducirla un coma y moriría en la transformación. Y así fue como la diosa unió su vida a la de su criatura, tomando forma humana y bajando al Edén a vivir con Adán. Se llamó a si misma Eva y en un absoluto acto de valentía se volvió mortal.
Adán estaba sentado a la orilla de la laguna y Eva se sentó a su lado. Se miraron y de la boca de la que fue diosa surgieron las palabras de la alianza '' Serán nuestros descendientes más numerosos que las estrellas del cielo y su heredad este planeta''. Eva acercó su boca a la de Adán y empezó a cobrarse el precio de la mortalidad. Había amado a esa criatura desde su formación y ahora podía sentir la suavidad de esos labios uniéndose a los suyos, el sabor salado de su saliva y la calidez de su lengua entre sus dientes. Adán y Eva se amaron, sus almas comulgaron y sus cuerpos se unieron y de aquel día con su noche anidó en el útero de Eva la primera generación de hombres, cuyas dos lineas genéticas provenían de una diosa. Y el vientre de Eva de abultó y parió entre dolor y sangre a gemelos varones, Caín y Abel, que salieron del Eden a poblar la Tierra. Adán y Eva vivieron felices en el paraíso, tuvieron más hijos y siempre se amaron hasta el día que murieron. Sus hijos poblaron la Tierra y la destruyeron. Ninguno de los otros dioses supo de la existencia de este universo y menos del pequeño planeta en el que, por amor, una diosa se convirtió en mortal. Por eso cada vez que nuestro ADN nos pide hablar con los dioses, nadie nos contesta, porque ninguno de ellos oyó hablar de nosotros. Y así fue como el quinto día la diosa creó el género humano.

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario