viernes, 26 de septiembre de 2014

Y venía cantando.

Y venía cantando. Subía la cuesta empinada con las albarcas llenas de polvo y una sonrisa en su cara. El sol había dejado de ser un inmisericorde disco blanco sobre su espaldas. Aparecía ahora rojizo en el horizonte, cansado de un largo día. Más cansado aún que el cuerpo de aquel hombre que había estado horas bajo él. Había cumplido con su obligación, este año la cosecha era buena y podían dar de comer pan a su familia. Sentía la satisfacción del trabajo bien hecho. En casa le esperaba su esposa, con la cena cociendo en la lumbre, la casa oliendo a humo y a sopas, y la misma sonrisa en la cara que le enamoró de jóven. En breve le ayudaría su hijo. Era ya casi un muchacho, jóven y fuerte, con los ojos de su madre y la viveza que aquel que aún no conoce la maldad. Llevaba la nobleza castellana impresa en su cara. La nobleza de sangre heredada y transmitida desde que Castilla se forjó como pueblo. Donde la palabra de un hombre está escrita en piedra y el orgullo es la más estable de las monedas.
¡ Qué tierra Castilla !. Como una madre austera cuidando de sus hijos. Pero no había para sus ojos nada tan bello como el mar verde de los campos de cereal en el mes de abril y el amarillo de julio. Nada como el sonido del viento o las esquilas de las ovejas, como el ladrido del perro del pastor o el sonido de los niños jugando en el río a atrapar ranas. Aquellos olores, sabores, sonidos y paisajes que hacían que por el camino viniera cantando. Y pasó por el río y vió a las mujeres lavando y cuchicheando, e intentó captar su conversación, pero no pudo. Ellas levantaron su cabeza, de se masajearon los riñones y le saludaron a su paso. Cinco críos revoltosos y chillones chapoteaban al lado de sus madres. Y pasó por la fuente de camino a Zabarcos, y vió a las muchachas acarreando cántaros de agua para sus casas. Apoyados en sus caderas caminaban de dos en dos riendo alegres, tapadas, muy tapadas, tanto por pudor como para que el leve sol que aún lucía en el cielo, no estropeara sus blancos rostros. Su imaginación voló años atrás, cuando de muchacho esperaba a su novia para subir ese cántaro y poder hablarla de amor mientras la acompañaba a casa de sus padres, andando muy despacio, alargando aquel momento feliz de encontrarse con aquella chica que le robaba el sueño. Cosechas habían pasado desde entonces, pero era la misma fuente, testigo mudo de las palabras más dulces y las miradas más ardientes.
Y venía cantando, y cambió de canción, para unirse a otras voces que como la suya, buscaban la paz en su hogar, en donde se sentían los amos de sus vidas.

Y no cantaba. Fichó, fue hacia el parking de la empresa y buscó su coche. Se estaba mojando y tenía prisa. Aquel día su jefe había estado más impertinente que de constumbre. Aquel proyecto se le había atragantado, no había forma de terminar aquello cuando le cambiaban constantemente lo que querían que hiciera. Abrió su audi y se miró las gotas de lluvia en el traje. Su iphone último modelo pitó en el bolsillo, no podía soportar ni un solo correo electrónico más. Lo sacó y lo tiró en el asiento de atrás sin miralo. Arrancó y puso la radio. Se miró y por tercera vez esa semana hizo el planteamiento de ponerse a dieta, quería llegar a su casa, encargar una pizza y tumbarse en el sofá. Acababa de volver de Punta Cana, pero de ese viaje solo le quedaba un bonito color tostado. Volvía a estar en el mismo sitio y en la misma vida que le horrorizaba. Tenía que seguir ese ritmo, no podía parar, el estilo de vida en el que estaba metido le hacía ser dueño de muchas cosas, salvo de sí mismo. No escuchaba la radio, se saltó un semáforo de rojo y oyó un pitido y vió un gesto obsceno que repitió. Llegaría a casa pero su mujer no estaría, tampoco le importaba demasiado, hace tiempo que apenas se hablaban. Su hijo solo se comunicaba con las máquinas. El se había convertido en un mero proveedor de recursos económicos. Mañana echaría gasolina, hoy estaba demasiado frustrado. Un whisky y un par de pastillas anestesiarían su conciencia y sus nervios...
Y no cantaba, porque era cualquier cosa menos feliz, porque su voz no podía unirse con ninguna otra, la paz era un concepto desconocido en su vida y no solo era el amo de su propias miserias.

¿En qué nos hemos convertido ?



1 comentario:

  1. Qué triste descripción de la vida que lleva demasiada gente, donde queda patente que sobrevivir es todavía el único fin, aunque se modifiquen las necesidades según vamos escalando a Maslow.
    Qué gran entrada
    Un beso

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