Y venía
cantando. Subía la cuesta empinada con las albarcas llenas de polvo
y una sonrisa en su cara. El sol había dejado de ser un
inmisericorde disco blanco sobre su espaldas. Aparecía ahora rojizo
en el horizonte, cansado de un largo día. Más cansado aún que el
cuerpo de aquel hombre que había estado horas bajo él. Había
cumplido con su obligación, este año la cosecha era buena y podían
dar de comer pan a su familia. Sentía la satisfacción del trabajo
bien hecho. En casa le esperaba su esposa, con la cena cociendo en
la lumbre, la casa oliendo a humo y a sopas, y la misma sonrisa en la
cara que le enamoró de jóven. En breve le ayudaría su hijo. Era ya
casi un muchacho, jóven y fuerte, con los ojos de su madre y la
viveza que aquel que aún no conoce la maldad. Llevaba la nobleza
castellana impresa en su cara. La nobleza de sangre heredada y
transmitida desde que Castilla se forjó como pueblo. Donde la
palabra de un hombre está escrita en piedra y el orgullo es la más
estable de las monedas.
¡ Qué tierra
Castilla !. Como una madre austera cuidando de sus hijos. Pero no
había para sus ojos nada tan bello como el mar verde de los campos
de cereal en el mes de abril y el amarillo de julio. Nada como el
sonido del viento o las esquilas de las ovejas, como el ladrido del
perro del pastor o el sonido de los niños jugando en el río a
atrapar ranas. Aquellos olores, sabores, sonidos y paisajes que
hacían que por el camino viniera cantando. Y pasó por el río y vió
a las mujeres lavando y cuchicheando, e intentó captar su
conversación, pero no pudo. Ellas levantaron su cabeza, de se
masajearon los riñones y le saludaron a su paso. Cinco críos
revoltosos y chillones chapoteaban al lado de sus madres. Y pasó por
la fuente de camino a Zabarcos, y vió a las muchachas acarreando
cántaros de agua para sus casas. Apoyados en sus caderas caminaban
de dos en dos riendo alegres, tapadas, muy tapadas, tanto por pudor
como para que el leve sol que aún lucía en el cielo, no estropeara
sus blancos rostros. Su imaginación voló años atrás, cuando de
muchacho esperaba a su novia para subir ese cántaro y poder
hablarla de amor mientras la acompañaba a casa de sus padres,
andando muy despacio, alargando aquel momento feliz de encontrarse
con aquella chica que le robaba el sueño. Cosechas habían pasado
desde entonces, pero era la misma fuente, testigo mudo de las
palabras más dulces y las miradas más ardientes.
Y venía
cantando, y cambió de canción, para unirse a otras voces que como
la suya, buscaban la paz en su hogar, en donde se sentían los amos
de sus vidas.
Y no cantaba.
Fichó, fue hacia el parking de la empresa y buscó su coche. Se
estaba mojando y tenía prisa. Aquel día su jefe había estado más
impertinente que de constumbre. Aquel proyecto se le había
atragantado, no había forma de terminar aquello cuando le cambiaban
constantemente lo que querían que hiciera. Abrió su audi y se miró
las gotas de lluvia en el traje. Su iphone último modelo pitó en el
bolsillo, no podía soportar ni un solo correo electrónico más. Lo
sacó y lo tiró en el asiento de atrás sin miralo. Arrancó y puso
la radio. Se miró y por tercera vez esa semana hizo el planteamiento
de ponerse a dieta, quería llegar a su casa, encargar una pizza y
tumbarse en el sofá. Acababa de volver de Punta Cana, pero de ese
viaje solo le quedaba un bonito color tostado. Volvía a estar en el
mismo sitio y en la misma vida que le horrorizaba. Tenía que seguir
ese ritmo, no podía parar, el estilo de vida en el que estaba metido
le hacía ser dueño de muchas cosas, salvo de sí mismo. No
escuchaba la radio, se saltó un semáforo de rojo y oyó un pitido y
vió un gesto obsceno que repitió. Llegaría a casa pero su mujer no
estaría, tampoco le importaba demasiado, hace tiempo que apenas se
hablaban. Su hijo solo se comunicaba con las máquinas. El se había
convertido en un mero proveedor de recursos económicos. Mañana
echaría gasolina, hoy estaba demasiado frustrado. Un whisky y un
par de pastillas anestesiarían su conciencia y sus nervios...
Y no cantaba,
porque era cualquier cosa menos feliz, porque su voz no podía unirse
con ninguna otra, la paz era un concepto desconocido en su vida y no
solo era el amo de su propias miserias.
¿En qué nos
hemos convertido ?
Qué triste descripción de la vida que lleva demasiada gente, donde queda patente que sobrevivir es todavía el único fin, aunque se modifiquen las necesidades según vamos escalando a Maslow.
ResponderEliminarQué gran entrada
Un beso