Érase una vez una diosa, sumergida en un estado anímico de tedio y desidia. Había nacido en el mejor de los mundos y aun así, no encontraba su lugar. En su niñez fue una criatura alegre y llena de vida. En aquel momento echaba de menos el tiempo en el que, para divertirse, sólo necesitaba asomarse por la ventana de su alcoba y ver lo que ocurría en la calle. El lejano momento en el que su madre tejía sueños en el enrejado de su futuro.
Érase una vez…. Bohyne.
La hija pequeña y mimada de una gran diosa, de la más poderosa de su tiempo.
Llevaba demasiado tiempo
dejando que la frustración se instalara en su estado de ánimo. Su habitual
dinamismo e imaginación, estaba pasando por una crisis profunda de creatividad.
Su humor empeoraba cada día, metida en el círculo vicioso de la falta absoluta
de ideas, del aburrimiento que le producía vivir el día a día de la Ciudad de
los Inmortales.
Aquel lugar era aséptico
y organizado, fruto de cientos de generaciones de dioses, tan perfecto en forma
y fondo, como los seres que habitaban en ella. Calles en cuadrícula, impolutas,
ordenadas, la vida allí era tan planificada que no daba lugar a la sorpresa.
Una invitación a la disciplina, a la jerarquía, al hastío de la inmortalidad. Lo
que en un momento de su vida le pareció un regalo, se le antojaba ahora una
condena. Lo que para un mortal le parecería la cima de la felicidad, a ella la
dejaba indiferente.
Nació y vivió siempre en
aquel sitio tan ajeno a su carácter. A la rebelde Bohyne le gustaban las líneas
curvas, los colores, los sabores fuertes, todo lo que fuera intenso y
despertara sus sentidos. Cualquier cosa que hiciera que la adrenalina se
disparara por su sangre y la erizara la piel de su cuello era válido en su
vida. Cualquier experiencia que rozara el límite que sus sentidos pudieran
soportar era de su agrado.
Necesitaba tanto el caos
como el respirar. Ella podía volverse gris o de colores mimetizándose con el
medio, camaleónica y ciclotímica, un individuo raro dentro de su especie. Las
líneas rectas y colores claros le volvían tranquila y reducían su capacidad
imaginativa, por lo que aquella ciudad apagaba por completo su expresiva
naturaleza, la parte creativa de su mente, la que en ese momento su psique
llamaba a gritos, sin que ningún atisbo asomara.
Por eso Bohyne adoraba
la Ciudad de los Seres Creados, anárquica, llena de vida, de sabores intensos,
olores profundos, rojos salvajes, azules irrepetibles, amarillos insultantes y
blancos sucios. Marginal, penetrante, aguda, apasionada y viva. Allí moraban
los productos de sus perfectos congéneres, allí también residía su creado. Por
eso a veces se escapaba de su ciudad, para sentir en su piel la irreal
experiencia de perder su inmortalidad en un mundo polisensorial. Era una suerte
no ser tan alta como los otros miembros de su familia para poder perderse entre
aquellas intensas criaturas.
Era entonces cuando la
adrenalina se adueñaba de su cuerpo, jugando a interpretar un papel que no le
correspondía a su estirpe. Cambiaba de nombre, se hacía llamar Serc,
trasmutando su vida para ser una creada más. Olvidaba por unas horas su
condición y su sangre real, su esencia de engendrada. Paseaba con Soulas, su
Soulas, su amado mortal, el único ser que era capaz de estar a su lado sin
hacer preguntas ni recriminar su actitud, su compañero. Se colaba en su
apartamento, abría el armario para vestir con su ropa y oler como el resto de
aquellos ciudadanos. Leían libros juntos y lloraban de risa haciéndose
cosquillas.
Nadie podía llegara a detectar
su diferente naturaleza escondida bajo las mismas túnicas de los sirvientes de
los dioses. Observaba los conflictos, las frustraciones y las pasiones de
aquellos seres de segunda categoría. Se recreaba con las hojas de los árboles tiradas
en el suelo de los parques y con el ruido de las conversaciones de aquellas
excitantes criaturas. Paseaba por sus calles estrechas disfrutando del olor a
comida y de las efímeras pintadas de las paredes llamando a la población a
revelarse contra sus tiranos creadores, su pueblo.
Los creados eran seres
radicalmente distintos a ella. Conscientes de su corto paso por la vida, no
perdían el tiempo en rituales y en experimentos vanos, tan frecuentes en la
ciudad de los Inmortales. Los pocos momentos que constituían su existencia eran
vividos con fiera intensidad. Se amaban sin plantearse el concepto “para
siempre”, y se odiaban de la misma manera. Capaces cada uno de ellos, de los peores
actos y al mismo tiempo de llegar a las más altas cotas de altruismo. Toda esa
mezcla de pasión emocionaba a Bohyne sobre todas las cosas. Hubiera regalado su
condición de diosa por poder sentir en su interior aquellas pasiones
Nada es igual cuando un
gigantesco reloj de arena se cierne sobre la vida, las cosas no pueden esperar
a mañana, porque mañana puede ser demasiado tarde. El amigo de hoy, puede ser
un recuerdo en el futuro, si el dios creador decide poner fin a su obra y
probar un nuevo modelo. La belleza de lo efímero, crea el delirio del ahora, la
aceleración por sentir un presente que se desliza entre los dedos. La pasión
que demuestra un ser que tiene su tiempo contado, que ni siquiera intuye cuándo
será su fin, dista mucho de la desidia del ser inmortal, que puede posponer
decisiones y procrastinar actos sin ninguna consecuencia. Por eso disfrutaba
tanto de aquella Ciudad y de las fugaces vidas que paseaban por ella.
Ahora no quería ver a
nadie. Aunque desde pequeña había estado siempre rodeada de otros dioses, no
terminaba de acostumbarse, buscando la soledad, o a lo sumo la intimidad con
Soulas, su Soulas. Quería estar sola y esconder a todos su estado de ánimo.
No deseaba mostrar a nadie sus frecuentes arrebatos de mal humor. Mascullar
sus propias miserias, lejos de la civilización y sus semejantes, no dañaba a
nadie. Se había convertido en una necesidad para ordenar ideas y mantener a los
demás a salvo de sus ataques de genio.
.
Su carácter,
excesivamente independiente, se había manifestado desde niña. Su madre sabía
que lo llevaba dentro, y aun así hizo esfuerzos titánicos por introducirla en sociedad.
Ella que era la absoluta reina, el blanco de todas las miradas, creadora de tendencias.
Cada gesto era copiado y cada aspecto de su vida sabido por todos. Bohyne había
tenido la poca fortuna de nacer en el sitio menos adecuado para pasar
desapercibida. Aún recordaba con horror su presentación en el mundo de los
mayores, obligada, llevada de los pelos en medio de uno de los peores
berrinches de su vida, sin entender por qué su familia insistía tanto, en algo
que a ella no la interesaba en absoluto. Ni llantos, ni rabietas, ni ruegos le
habían servido. Le habían obligado a saludar a seres superficiales y a
comportarse de acuerdo a unas normas sociales absurdas. Tardó años en pensar en
aquello sin que se le erizaran los cabellos de la nuca. Nunca se lo pudo
perdonar a su madre.
No dejaban que olvidara
quien era y para lo que estaba destinada. Aquel era un pensamiento que
intentaron grabarle a fuego, repetido una y mil veces por su familia su familia,
pensando erróneamente que a fuerza de hacerlo la terminarían convenciendo.
Odiosa frase con la que culminaba y zanjaba las estériles discusiones con su
madre Ceres, diosa de diosas. Le resultaba agotador ser sociable. Lentamente
había descubierto los placeres del trato con sus semejantes, pero jamás sería
como su madre, no lo deseaba, ni envidiaba su globalidad. Su madurez consistió
en la resignación. Nacer inmortal y de casta superior, le obligaba a guardar
unas formas de comportamiento.
Se había centrado en su
trabajo de manera obsesiva. Se encontraba extraña desde su último descalabro,
un revés imperdonable, sin explicación. Había estado planificando esa obra
durante meses, pero tampoco había funcionado. Cientos de papeles, de dibujos,
de fórmulas se habían quedado en trabajo baldío. Papeles que terminaron en la
chimenea para evitar ser descubierta. Ni tan siquiera había sido capaz de
terminar ese proyecto. Se sentía un arquitecto frustrado, un golpe duro a su
soberbia. La obra había comenzado llena de ilusión, y se había quedado en nada.
Una vez más había fracasado.
Fracaso es una palabra
que no entraba dentro de su concepción.
Con absoluta perplejidad
y sin poder dilucidar qué había pasado, aquel universo había colapsado sobre sí
mismo en cuestión de horas. Empezó con una preciosa expansión y un espectáculo
majestuoso, lo que hacía aún más dolorosa su destrucción. Pasó días estudiando
qué variable había provocado aquel fracaso. La letanía sola no servía, se
necesitaba un proyecto, mucho trabajo imaginando lo inexistente. La palabra
sólo actuaba sobre lo escrito en papel con tinta tisionan.
El azul Tisionan era el
color de los dioses, solo las Sumun lo vestían en las ceremonias más públicas.
Si conseguir aquel colorante era una tarea difícil, convertirlo en tinta lo era
aún más. Las imitaciones solo llegaban al añil intenso, pero los reflejos
platas del auténtico solo podían obtenerse de un colorante natural obtenido de
los pistilos de unas flores de las montañas. Cada fracaso era un desperdicio de
tinta sagrada, demasiado cara y valiosa.
Pero lo que más le dolía
era el precioso tiempo desperdiciado. Había perdido mucho, demasiado, creando y
destruyendo mundos que no terminaban de gustarle, proyectos inconclusos sin
originalidad ninguna, que hacían mella constante en su humor. Pensó en cambiar
de aires, irse una temporada de viaje, intentando fecundar su ingenio, viendo
un mundo más imperfecto que aquella odiada ciudad en la que vivía. La gustaba
viajar sola pero no tenía ocasión de hacerlo. Soulas la seguía, así que terminó
por viajar siempre con él.
Amaba a ese ser. Era su
debilidad, su primera creación, un ser mezcla entre material y espiritual, un
ángel al que tuvo que destruir sin tener valor de hacerlo. Desde el mismo
momento que lo vio, se había convertido en su sombra. Nada ocurría fuera de la presencia
del que quien se transformó en compañero habiendo nacido creado. Su amor era
una aberración en su mundo.
Se reía de la ley le
obligaba a dormir con el resto de creados, pasando todo el tiempo que podía al
lado de su creadora. Mucho más del que se consideraba correcto en su mundo. Soulas
era su mitad. La parte intensa y mortal que ella no podría nunca saborear.
Pero ahora su obsesión
se había canalizado hacia otro sitio.
Bohyne sabía que su
subconsciente, no estaba trabajando para ella como había hecho en muchas
ocasiones. Su psique estaba inmersa en el cero absoluto, la nada más
silenciosa, nadando en el lago de Yukis, narcotizada y terca por sacarla de
aquella cruel indolencia. Las luces, las formas y los sonidos de su último
experimento ya sólo sobrevivían en su cabeza. La idea fue excelente, pero no
lograba saber qué parámetro había fallado en su modelo. Había recitado la
Letanía y escrito su proyecto en tinta Tisionan pero no funcionó. Era una buena
matemática, lo único que había necesitado era juntar materia y antimateria, el
uno y el menos uno, la energía positiva con la negativa. El resultado habría
sido el mismo que el de otras veces, no había desechos, simplemente todo
desaparecía, su mundo no se contaminaba, ningún otro dios sabía de la
existencia de sus ensayos, su intimidad y su imagen quedaban protegidas.
Formaba parte de su
idiosincrasia ser perfeccionista, excesivamente exigente consigo misma, hasta
el punto de que Bohyne era la peor enemiga de Bohyne. Caprichosa, estricta con
sus creaciones, buscaba el modelo perfecto, el universo estable que no se
saltara, ni los principios físicos elementales, ni los complejos. Aquella
mañana se levantó obcecada por romper aquella racha infructuosa. Su madre le
había dicho cientos de veces, si lo sueñas lo tienes. Necesitaba la valentía
suficiente, el estado de ánimo favorable para acabar con la inercia que le
marcaba. Se concentró mirando fijamente las rayas de su mano, frunció el ceño
mientras recitaba la Letanía de la Creación, en voz baja, casi susurrando entre
sus labios.
Yo Bohyne me presento ante la Energía del Universo
Para pedirle que la creación comience
Que el cero se disocie en su suma
Que el uno se escinda del menos uno.
Yo Bohyne me presento ante la disociación
Para pedir que la materia aparezca
Que la energía fluya entre mis manos con esta sagrada Letanía
Que los especulares no se encuentren y nada se destruya.
Yo Bohyne me presento ante la materia
Para pedir que el universo se forme
Que el germen de todo se forme en un único punto
Que el punto reviente y expanda.
Un precioso punto
incandescente se estaba formando al mismo tiempo que sus palabras obraban el
milagro. Un sonido en su espalda la descentró y el incipiente milagro desapareció
en la nada.
- Ding, dong.
El timbre de la puerta
volvió a sonar. Un mohín de disgusto se dibujó en su cara. No esperaba a nadie.
Había dejado muy claro a todo el mundo que pasaba por uno de sus periodos de
reclusión. Que no iban a ser bien recibidos. Que no quería trucos ni excusas.
No entendía quien osaba perturbar su paz, en el peor momento posible.
- Ding dong, ding dong, ding dong…
Fuera quien fuera,
estaba claro que no se iba a ir de allí hasta que abriera la puerta. Fuera
quien fuera, desde luego, era valiente, más incluso que eso, osado. Cuando se
sentía perturbada en su paz interior, dolida en su ego o simplemente molestada,
podía tener un genio endiablado, aunque que ése aparecía y desaparecía de la
misma manera. En décimas de segundo, estallaba y minutos después volvía a ser
la encantadora criatura que era siempre. Llevaba toda la vida intentando
controlar estos arrebatos de mal carácter sin demasiado éxito. Los que le
conocían, sabían de esa dualidad tan característica de su persona.
En aquel momento no
estaba presentable, ni de cuerpo, ni de espíritu y no tenía ganas de hablar con
nadie. Su mal humor creció por momentos, aún más pensando en aquel punto que
desapareció de sus manos.
- Ding, dong
- ¡Qué ya voy! ¿Quién
eres?
- ¡Quieres abrir de una
vez hermanita! Soy Laska, ¡pedazo de lenta!
- ¡Vale, no me quemes el
timbre! ¿No te han dicho que no quiero ver a nadie?
Su hermana mayor
apareció sonriente por la puerta con una botella de ambrosía en la mano.
Aquella diosa era el símbolo del equilibro y la elegancia. El vivo retrato de
su madre, de modales absolutamente exquisitos, nadie podía enfadarse con ella.
Cariñosa, inteligente, proactiva y constantemente preocupada por su Bohyne, su
pequeña, el ser al que había idolatrado desde el día que nació, a la que miraba
durante horas en su cuna y nunca se cansaba de jugar con ella. Si había alguien
que pudiera controlarla sin esfuerzo, esa era Laska. Le enseñó a andar, a
vestirse, a hablar sin tartamudear, Bohyne era mejor gracias a aquella criatura
que le miraba sonriendo de medio lado.
- ¡Venga, que no tengo
todo el día y me aprietan los zapatos!
- No sé cómo te
mantienes en equilibrio sobre ellos.
- Se llama maña,
mezclada con fuerza de voluntad, deberías intentarlo y quitarte esas zapatillas
horrorosas que llevas.
- Son cómodas y me
gustan.
Su mal humor estaba
desapareciendo. Se apartó para que su hermana pasara.
Entró en su apartamento ya
descalza, como si flotara por el pasillo, con los zapatos colgados de dos dedos.
Se sentó en el sofá, mientras descorchaba la ambrosía.
- ¿Aún no tienes creados
que te sirvan?
- Mejor no te contesto.
- Te hubieras ahorrado
tener que abrirme tú, y yo el tener que mirar esa cara malhumorada que tenías
cuando me viste.
- Sabes que no me gustan
Laska suspiró y puso los
ojos en blanco.
- Es la mejor ambrosía
de la ciudad. Haz algo y trae dos copas antes de que se caliente.
- Llegas y te pones a dar órdenes.
Ambas se miraron
sonriendo enseñando sus perfectos y blancos dientes.
- ¿Qué estabas haciendo?
Seguro que algo importante.
- Cosas.
- Ya empezamos con
tonterías. Y dile a Soulas que no se esconda, que sé que anda por ahí. ¡Soulas
sal si estás presentable que ya te habrá dado tiempo a vestirte!
- No está, así que no te
esfuerces.
- Mejor, sabes que
tenías que haber destruido a ese engendro, no sé qué puedes ver en él. Estos
prototipos siempre dan problemas. Mejor que salga poco a la calle. No estaría
de más que tú también salieras un poco a divertirte. Se te va a quedar color
verde como no te dé el aire.
- Sabes que soy incapaz
de destruirlo. ¿Viniste para recriminarme algo hermanita?
- No cariño, nos tienes
preocupados. Llevas días perdida en tu mundo. ¿En qué te entretienes?
- En nada
- No te creo embustera,
¡venga, suelta!
- Creando
- ¡ja, ja, ja! ¿De
verdad estás creando? ¿Te la sabes?
- ¿La Letanía?, pues
claro que me la sé, desde hace años. De memoria
- ¡A ti no tengo que
decirte que es secreta y que está prohibido usarla! Solo pueden las Sumus de
Tisionan. Sólo ellas pueden conocerla. Mejor que esto no salga de aquí.
- Espiaba a mamá cuando
la recitaba. Me sé el catorce también.
- ¡Vaya con mi pequeña!
¡Yo también le espiaba! Ja ja ja, pero cuidado con el verso prohibido. Mamá es
mamá.
- ¡ja, ja, ja! A la
todopoderosa Ceres le salieron dos cotillas. Creo que de todas formas me falta
un trozo.
- Escríbela y te digo,
sabes que recitada es peligrosa.
Bohyne fue a por papel,
un bolígrafo y empezó a escribir la Letanía, Laska la miraba por encima del
hombro.
- ¿Ves? No te la sabes,
acabas de saltarte una frase
El corazón le dio un
vuelco, ahora tenía la causa de los fracasos anteriores, no la recitaba entera,
por eso sus universos colapsaban, por eso eran inestables. La visita de su
hermana había sido determinante. Hasta una sola letra podía hacer estragos.
- ¡Escribe cabeza hueca!
“… Tisionan guía la fuerza de la materia….” Si las cosas se hacen, se hacen
bien.
- Gracias cariño, no sé
qué hubiera hecho sin ti.
- Ahora cuando yo me
vaya quema el papel con incienso, la Letanía merece un respeto, y que esto no
salga de aquí o vamos a tener un problema con los Sumus. Mejor que mamá no se
entere, no le va a gustar ni un poquito, por mucho que terminemos siendo una de
ellas.
- Mamá las sabrá
controlar, no conozco a nadie como ella para eso. En eso os parecéis.
- No me adules
hermanita, no vas a librarte de hablar con tu madre. Invéntate una excusa
creíble. Una resaca de ambrosía es una buena, con la cara que tienes seguro que
se lo cree.
- ¡Sabes que me va a
regañar como vea el desastre que tengo aquí montado!
- No seas injusta, es tu
madre y te quiere. Voy a abrir un canal para que habléis. ¿Quién te crees que
me mandó aquí? Sonríe que no te vea con esa cara tan seria. Yo me pensaría
tener un creado doméstico que te ayude con todo esto, cuando te canses lo
destruyes.
- Yo no hago esas cosas,
son seres vivos.
- Pero inferiores. Cielo,
no sé de dónde sacas esas ideas tan extrañas.
Laska unió las dos manos
frente a su pecho, con los dedos apuntando al techo y los separó despacio.
Bohyne aguantó la respiración. Se estaba abriendo un canal de comunicación para
que hablara con su madre. Desde su reclusión no había hablado con ella y sabía
que le esperaba una regañina.
- ¡Ya era hora, hija
díscola y desagradecida!
- Mamá, no empieces.
Hace solo una semana que no me ves. Ni he crecido, ni engordado, ni tengo más
novedades, solo quería estar sola.
- ¿Cómo estás, mi amor? Me
tenías preocupada, llevo intentando abrir un canal contigo desde hace días y no
me contestas. Sabes que no me gusta que pasen los días sin hablar contigo, no
importa lo que tenga que hacer (…), tú eres mi niña y eres lo primero (…).
Espero que te hayas alimentado bien y que no te estés metiendo en líos (….) No
me pongas esa cara. ¿Me escuchas Bohyne?
- Si mamá, te escucho,
alto y claro.
- Ya te habrá dicho
Laska que papá y yo nos vamos de vacaciones. Ahora no hay reuniones de Sumus y
podemos hacernos una escapadita, ya sabes lo absorbentes que son esas mujeres,
no saben vivir si no se les dirige, me agotan, me exprimen, me aburren
soberanamente, pero no tengo más remedio que soportarlas…
- Si mamá.
- Tus hermanos también
andan desaparecidos. Crías hijos para que a la mínima se olviden de ti y….
- ¡Mamá, escucha! Te
prometo que mañana voy a verte, como contigo, pero no me calientes la cabeza,
ahora estoy en otras cosas.
- De acuerdo Bohyne, a
veces me olvido de lo que has crecido, ¡eras una niña tan bonita! ¡La más
inteligente de la ciudad!
- ¡Ja ja ja! ¡Mamá, para
ya!
- Te veo mañana
princesa, vente a comer. Recuerda que te quiero
- Hasta mañana mamá, yo
también te quiero.
Laska cerró las manos
con una sonrisa socarrona y traviesa en el rostro.
- Adoro a mamá
- Y yo, pero cuando se
pone a hablar no hay quien la pare… ja ja ja. Esto ha sido una encerrona, me
las vas a pagar.
- No lo dudes, pero no
soporto que te recluyas, hace un día precioso ahí afuera y tú te dedicas a
criar musgo o universos, que para el caso es igual de aburrido. Me tengo que
ir, tómalo como una visita de cortesía, no me has traído ni las copas, mételo en
la nevera y tómatelo luego con tu amigo…!Ah! y ¡ordena un poco esto que no
vives en una pocilga! Si quieres mando a alguien a que te ayude.
- Ni se te ocurra,
metomentodo. Ja ja ja.
- Espero que por lo
menos tengas algo en la nevera
- ¡Te quieres callar!
- Eso es un no…. En fín,
tú sabrás, que ya eres mayorcita.
Se puso los zapatos,
cogió su bolso y estrechó a Bohyne contra su pecho. Laska le besó el pelo, la
frente y las mejillas como sólo ella sabía hacerlo. Le cubrió de besos sonoros
y cálidos, besos con su propia marca, con su olor y sabor, tan especiales como
ella. Bohyne aspiró el olor de su hermana y con él, los recuerdos de su
infancia. Se sentía protegida cuando podía sentir a Laska tan cerca. Sólo ella
era capaz de llenarla de energía y de aplacarle, de convencerle de casi
cualquier cosa. Era otra diosa cuando estaba en su presencia, la diosa que
quería ser, la que no tenía que ocultar nada, por miedo a que la hicieran daño.
Le acompaño a la puerta, lo último que vio fue su sonrisa antes de darse la
vuelta y desaparecer en el ascensor.
Volvió al salón a
sentarse en el mismo sitio donde segundos antes estaba su Laska. Aún estaba
caliente. Dobló su cuerpo, haciéndose un ovillo y su cabeza se puso a trabajar
a toda velocidad. Estaba tranquila, ahora había encontrado la respuesta, la
Letanía estaba completa y podría dedicarse a crear. Se acercó a la nevera,
guardó la botella de ambrosía y se puso un vaso de agua, tenía un nudo en la
garganta, esta vez saldría bien. Su hermana le había dado la clave. Había
detectado el error que tanto tiempo llevaba buscando.
Respiró profundo,
repitiendo en su cabeza la frase que le había faltado en sus experimentos
fallidos. Quemó el papel con incienso en un vaso de rituales que tenía en la
hornacina dorada de su cuarto. Ahora sí, las palabras iban a transmutar la nada
en materia. Se puso a recitar con la voz dulce del lenguaje antiguo de los
dioses. El hablado solo en las ceremonias. El prohibido fuera de ellas...
Yo Bohyne me presento…
….tú que haces del todo
un algo….
Una luz fría,
fluorescente, de intenso azul eléctrico, inundó la estancia. Una sensación de
placer en su estómago la despistó, durante una décima de segundo. Volvería a
ocurrir, un nuevo universo estaba a punto de surgir, de la nada, de la energía
de sus palabras. Miró fijamente la luz, que empezó a concentrarse en un punto
incandescente, de un blanco doloroso, inmaculado y vivo. La Letanía estaba
funcionando, sacando de su cuerpo la energía que iba a convertir su pensamiento
en materia. Esta vez saldría bien. La luz era fuerte y solo llevaba la mitad de
la invocación.
….saca de mí la fuerza
para que la materia sea creada…
Aquella diminuta canica
empezaba a quemar su piel y a pesar demasiado. Dio la vuelta a su mano. El
punto luminoso saltó de ella con vida propia y quedó suspendido en el aire.
…. De tu génesis salga
de la energía de mi mundo…
Las trece estrofas habían sido pronunciadas. La suerte estaba echada.
Se sentó a esperar,
agotada y extasiada, ilusionada y expectante, tres, dos,… El punto cada vez más
pequeño y brillante…uno, cero. Toda la materia y la energía de aquel
espacio-tiempo concentrada en un punto infinitesimal. La luz cegó sus ojos y
todo saltó por los aires, el Big Bang había comenzado. Ahora se empezaría a
formar la materia de nuevo, había recitado aquellas frases, con toda su pasión
y había funcionado.
Su cuerpo apenas había
resistido el trance. Poco a poco, volvió a abrir los ojos, un poco mareada,
desorientada y agotada por la experiencia creadora. Ya no se podía parar, la
invocación del génesis estaba funcionando. La Letanía formando un comienzo,
como había ocurrido tantas otras veces. Su intuición la alertaba de que aquella
vez sería radicalmente distinta. Había trabajo que hacer, problemas que solo el
ensayo prueba-error podría resolver. Otra vez el método científico se imponía a
sus conocimientos.
La fastidiosa
antimateria, base fundamental de sus creaciones, no volvería a dar problemas.
No podía volvérselo a permitir, Si la juntaba con la materia se volvía a formar
la nada y la pasión puesta en recitar la Letanía habría quedado como un cuento
para niños, una vez más. Muchos universos se perdieron por aquel deshecho de
materia. Tenía que aislarla en algún lugar a mano, tal vez tendría que volver a
utilizarla.
- La dejaré toda junta en
un rincón. Susurró casi de manera imperceptible.
Todo estaba ocurriendo
como se había escrito con la tinta sagrada, pero no era lo mismo imaginarlo que
verlo.
- Nunca pude imaginar que
fuera así.
Recuperado el
conocimiento y la fuerza, era hora de disfrutar del espectáculo. El génesis, el
principio, todo limpio, todo nuevo, todo por hacer, una experiencia excitante
para su mente imaginativa. Colores metálicos brillantes, formaban nubes de
gases en medio de un espectáculo trepidante de luz y sonido. Un pase privado
solo para sus sentidos, solo para sus ojos. Millones de años después habría
inteligencia en ese universo, e intentarían saber qué ocurrió, ella se ocuparía
de que aquella inteligencia pudiera surgir de la masa inerte.
Recuperado el humor y el
entusiasmo, empezó a canturrear, y la vibración de su voz aglutinó los gases
que dieron lugar a planetas y estrellas, un caleidoscopio de colores y formas. En
la estrofa diez se aparecía la luz de los dioses, el mayor orgullo de su mundo.
Las longitudes de onda se mezclaban. Ella podía sentarse a admirar un
espectáculo que antes se le antojaba soso y aburrido. Había tanto por ver, que
no daba abasto en fijarlo en su retina.
En cualquier sitio podía
ver las nubes de gases en espiral, empezando a moverse y convertirse en
millones de puntos luminosos. Tendría que elegir una, solo una, para observar
detenidamente su funcionamiento. Seguir la formación de varias era una locura,
excesivo trabajo para tan poca recompensa. A las pocas horas de la explosión
letánica, no podía ver hasta donde se estaba expandiendo su universo.
Se sentía feliz, la
aparición de su hermana había sido providencial. Agotada, se fue a dormir. Cayó
exhausta encima de su cama sin que le diera ni siquiera tiempo a quitarse la
ropa.
Así fue como el primer
día Bohyne creó el universo.
El verbo se hizo materia
y la Sagrada Letanía formó la masa.