No entendía el revuelo que se estaba formando. Pero tanto movimiento no podía augurar nada bueno. Cuando la habitual paz de aquella calle se rompía, algo extraordinario iba a pasar. Bueno o malo. Un pequeño escalofrío recorriendo su columna le avisó de que era lo segundo lo que iba a ocurrir. Segundos antes se encontraba cómodo y feliz en la cúspide de su éxito. No había mortal con más poder en toda aquella metrópoli. Respiró molesto esperando con impaciencia a qué se debía todo aquello.
A través de las enormes
ventanas de su despacho, veía a la multitud arremolinada en torno a una diosa
que acababa de llegar rodeada de su séquito. Ningún dios se adentraba allí sin hacer
gala de su poder frente a todos. Aun así, no era habitual que aquellos seres se
dejaran ver por la Ciudad de los Mortales. Allí no encontraban nada que pudiera
satisfacer sus refinados deseos. Por eso podían vivir tranquilos en aquel
rincón, con sus leyes, sus alegrías y sus miserias. Lejos de las miradas no
deseadas de sus volubles creadores.
Pero cuando lo hacían, irrumpían
en su ciudad con el despotismo del que se sabe dueño de todo. Desde el piso
doce del consistorio no podía ver quien era, aunque tampoco lo necesitaba.
Venía a verle a él. Aquella era suficiente pista para reconocer a su hacedora,
su dueña, el ser al que debía existencia y posición. La mañana había sido
tranquila hasta ese momento, pero le esperaban problemas, estaba seguro. Lo
último que deseaba en ese momento era tener que doblegar su ego a las
exigencias de su creadora. Hacía demasiado tiempo que su soberbia crecía
alimentada por quién y lo que era.
Se miró las uñas con
nerviosismo y se mordisqueó un padrasto que pareció surgir de ningún sitio.
Dejó de prestar atención al papel que tenía sobre la mesa y que hasta minutos
antes había centrado todo su interés y derramó sobre él la infusión fría que se
estaba tomando. No tenía tiempo de llamar a alguien que lo limpiara antes de
que su imponente Señora apareciera como un huracán en su despacho. Arrugó el
ceño por la contrariedad mientras las dos hojas de la puerta se abrieron al
mismo tiempo. Su secretaria se asomó por un lado poniendo cara de no poder
hacer nada más. Mientras, por el centro apareció una figura femenina majestuosa,
tres cabezas más alta que él, taconeando con un ruido casi sensual en la tarima
mientras se acercaba a él sin ningún protocolo. Aquella era una manera de
entrar que solo aquella diosa podía permitirse. Llegó hasta su mesa y se sentó
sin mediar una sola palabra. Lo primero que vio la infusión derramada y la cara
desencajada del alcalde. Aquella violación del protocolo la hubiera molestado
en cualquier otra ocasión, sin embargo, su mente estaba en otro lado.
Pelder se había
levantado de un salto dispuesto a ayudarla a tomar asiento, pero la diosa fue
más rápida. Él se sintió aturdido por unas formas que no recordaba. Allí estaba
la diosa de diosas, en su despacho, frente y a solas con él. Los pocos segundos
que usó para tomar aliento, se le hicieron eternos.
Hacía años que no se
veían. La más poderosa e influyente de las diosas no había cambiado ni un ápice.
En su inmortalidad conservaba su figura y su belleza. Sin embargo, para el
alcalde, sí habían pasado los años y se habían reflejado en su cuerpo. Se pasó
los dedos por su cabeza, había canas en ella y pequeñas arrugas en los bordes
de sus ojos. La vejez aún estaba lejos, pero caminaba irremediablemente hacia
ella, si antes no dejaba de ser útil y era sustituido. Aún era atractivo o así
se lo hacían creer las jovencitas intentaban obtener favores de su posición. En
ese momento acusó de forma nítida el paso de la vida por él y de él por la
vida.
Aquella mañana Ceres
lucía pálida, con claros síntomas de haber dormido poco y mal las últimas
noches. Ni tan siquiera se había molestado en lucir perfecta, era claro que
algo superior a sus enormes fuerzas la comía por dentro. Fuera lo que fuera,
aquello era grave y estaba a punto de enterarse. Aun así, el halo poder brillaba
alrededor de su silueta. Peder nunca la había visto tan preocupada ni tan
nerviosa.
-
Señora, es un placer tenerle en nuestra humilde ciudad, dijo bajando
ligeramente la cabeza. ¿Ambrosía? ¿café?
-
No es una visita de cortesía, necesito tu ayuda Pelder.
Ceres no se andaba por
las ramas, lo que quería lo quería ya. A él no le quedaba otro remedio que
bajar la cabeza y obedecer. No tenía costumbre de mostrarse sumiso y solícito,
él era Fidias Pelder, el hombre más poderoso entre los mortales. Soberbio, impaciente,
acostumbrado a dar órdenes sin recibirlas, a imponer su criterio y voluntad. El
mismo hombre que estaba, esperando como una mascota las instrucciones de su
ama. Ella lo puso allí y ella podía precipitar su caída.
Tragó saliva sin saber
qué sería de su vida cinco minutos después.
La diosa lo miró
sabiendo de su poder, ella no pedía favores, ella solo ordenaba. Era consciente
de que aquella forma de actuar entre sus iguales, hubiera sido absolutamente
incorrecta. Pero no trataba con un igual. Tenía prisa y estaba perdiendo los
nervios. Ella creó a Pelder y lo puso en aquel puesto, su vida le pertenecía.
Todo lo que ella pidiera se haría. No había plan B, sus deseos más que órdenes,
eran realidades.
-
Estoy impaciente por servir a su Alteza, dijo casi con un suspiro, sin
atreverse siquiera a mirarle a la cara.
La cabeza de Fidias
debía actuar rápido. Él era inteligente, brillante, había sido creado con más
esmero que el resto de sus congéneres. Sin embargo, su vida, su posición, todo
por lo que había luchado, podía diluirse como una gota de sangre en un vaso de
agua. Un destello mezcla de codicia y preocupación, brilló en sus ojos del
alcalde. Si obedecía con presteza sería recompensado. Ceres era altiva y
déspota, pero también la más poderosa de las diosas, pagaría bien sus
servicios. Estaba meridianamente claro que venía a servirse de ellos.
-
Hace quince días que desapareció mi hija
-
¿Laska?
-
Bohyne. Eso es lo que me preocupa, no ha dicho nada, no se ha llevado nada
y nadie la ha visto. No sabemos cómo se las ha ingeniado para desaparecer,
últimamente estaba rara, como ausente…
-
Le encontraremos. ¿Hay algún indicio de que se encuentre en mi ciudad?
Se arrepintió de
inmediato de aquella frase. No era su ciudad, pero actuaba como si de verdad lo
fuera. Aquel lugar pertenecía a los dioses. Él era solo el lacayo que la
mantenía en orden, abusando de su poder. Todos lo sabían, y los dioses lo
consentían. Alardear delante de Ceres podía suponerle problemas.
Ceres percibió la gota
de sudor que se formó en la sien de Pelder. En cualquier otra ocasión hubiera
jugado con aquel ser tan solo para divertirse, pero sus preocupaciones en aquel
momento eran otras. No tenía tiempo para divertimentos ni humor para los mismos.
-
Voy a contarte una historia, pero pagarás con tu vida si esto sale de aquí.
Pelder sabía que aquello
no era una frase hecha. La voz de la diosa sonó como el de un cuchillo que se
abre rasgando la carne mientras el suelo se llena de sangre. Esa fue la
sensación mientras las palabras vibraban en el aire.
-
Mis labios están sellados y mi vida a su servicio.
-
Siéntate y escucha.
Ceres contó la historia
de su hija, de su locura por aquel ser inferior, el único que su empatía había
podido crear. Ella lo sabía todo desde el primer momento. Conocía a su hija,
Soulas había sido el único creado que ella formó. De cómo se convirtió en su
amigo y confidente. Contó a Pelder la relación que los unía, de sus citas a
escondidas, de sus paseos por la Ciudad de los mortales. Nada podía escaparse a
sus ojos, ni los secretos compartidos, ni el saber que aquel mortal cuidaría
como nadie a su frágil niña. Lo sabía todo y calló. Ahora se arrepentía de
haber dejado que aquel capricho hubiera durado tanto tiempo.
Le contó la última vez
que estuvo en su casa, la última conversación con Laska, su traslado al
horrible apartamento donde vivía, y hasta detalles íntimos que sus espías le
habían desvelado.
-
Soulas Bozysin. Es amigo de mi hija, incluso más que un amigo. Imagina… ¡un
mortal compartiendo cama con una diosa! Es una aberración.
-
Comprendo…
-
¡No comprendes!, ¡ni tan siquiera pase por tu cabeza comprender nada! Tengo
muchos planes para ella, la necesito de vuelta.
-
Lo siento Señora.
-
Ponle espías, encuéntralo, síguelo, quiero saber todo, lo que come, cuantas
veces se ducha, qué piensa, qué calcetines lleva y cuántas veces respira por
minuto. Si hace falta tortúralo hasta la muerte, pero que te diga dónde está
Bohyne.
-
Así se hará
-
Él no me importa, hace tiempo que debía haber desaparecido.
-
Me pongo inmediatamente con ello.
-
Mantenme informada…. Y gracias
Ceres se levantó y
desapareció por la puerta de la misma manera que había entrado, dejando un halo
de perfume en el sitio en el que había permanecido.
La diosa había dicho
gracias, era la primera vez que aquella palabra estaba dirigida a él. Aquello
pintaba grave, no había duda.
-
Soulas Bozysin, no hay sitio donde puedas esconderte.
Apretó un botón para
llamar a su secretaria que acababa de cerrar la puerta que había dejado Ceres
en su salida.
-
Llama al jefe de policía, lo quiero aquí ya.