viernes, 31 de octubre de 2014

Génesis II. El sistema solar

Se levantó de un humor excelente. Había soñado con su creación. Sus hermanos ya no se reirían de sus fracasos, esta vez iba a conseguir algo de lo que sentirse orgullosa. Cuando todo esto estuviera acabado les llamaría para enseñárselo. Su universo esta vez no tendría nada que envidiar los maduros, aburridos y ordenados de sus hermanos, ni siquiera a los alegres y vacíos universos de sus padres. No habían creído en ella, pero ahora tendrían que hacerlo. Miró de nuevo su obra y sonrió satisfecha. Elegiría una nube de gas para seguir dándole forma. Sopló sobre varias que tenía cerca, que se arremolinaron en forma de espiral. No, esas no las quería, no iba a plantearse si por capricho o mera intuición. Siguió buscando hasta que encontró una nube de tamaño mediano que empezaba a generar por si sola sus puntos brillantes. Estaba suficientemente lejos de la mayoría de la antimateria y de los agujeros negros; esa nube podía valer. No le gustaban los agujeros negros, eran excesivamente voraces, inmisericordes, podían hacer desaparecer cualquier cosa, hasta el tiempo se ralentizaba en su vórtice y se detenía dentro de ellos. Tampoco había gusanos de tiempo cerca, le desagradaba la idea de molestarse en crear algo para tener que buscarlo por las coordenadas espacio-tiempo.

Se acercó a la nube elegida, estaba caliente y emitía luces rosadas. La cogió con su mano y se le deshizo en dos patas. Tiene buena pinta, pensó. Cogió una de las ramas y aplastó un trozo con fuerza mientras soplaba aliento sobre ella. De su mano surgió un precioso sistema planetario. La estrella central le había quedado un poco pequeña, pero podría valer como experimento, contó el número de planetas que orbitaban a su alrededor, diez, un buen número, el mismo que el de los dedos de sus manos. No sabía si la masa rocosa del fondo lo podría considerar como algo. Tampoco estorbaba, lo dejaría allí. Diez, los suficientemente pocos como para no tener que buscar en demasiados sitios para encontrar el idóneo, habría alguno lo suficientemente frío y lo suficientemente caliente. Tal vez tendría que colocar un poco las órbitas. Podría colocarlas con alguna proporción matemática, otras veces había elegido una ecuación muy simple a=0,4+0,3k, se adaptaba perfectamente a las leyes gravitatorias. Si no funcionaba lo único que tendría que hacer es comenzar el experimento de nuevo. No había prisa, tenía un precioso universo lleno de gas y de energía para crear un lugar idóneo para esa criatura con quien estaba soñando… bien, ya quedaba menos. Las órbitas eran elípticas, las ideales, quería proporcionar a esos nuevos mundos un componente estocástico. A pesar de ser matemática y arquitecto, le apasionaba el método científico, prueba-error, eso es lo que la llevó a diseñar el espectro lumínico, y las radiaciones gamma, bueno, no siempre todo salía a pedir de boca.

La estrella le había quedado pequeña, pero aquel era un experimento sin grandes pretensiones, un boceto para divertirse un rato. En los otros sistemas planetarios las órbitas terminaban colapsando, estas tenían las ventaja de ser elípticas, empezó a colocarlas, sería sencillo. A la estrellita que se quedó en el centro la llamó Sol, era demasiado pequeña para darle un nombre más largo, con ese nombre tendría suficiente. El primer planeta estaba bien colocado, se alegro de no tener que moverlo, era pequeño pero tenía pinta de estar demasiado caliente. Caliente como el mismo infierno. Tenía que poner un nombre a esa pequeña masa casi incandescente. Se acordó de su primo Mercurio, al que le encantaba ir y venir de su casa a las puertas del Aberno, ese era un buen nombre, su primo era también corto de talla. Y así fue como el planeta más cercano al sol fue llamado Mercurio.


Agarró el siguiente planeta y lo juntó un poco a Mercurio. De inmediato su agua se evaporó y creó una atmósfera blanca llena de nubes. El planeta dejó de ser una roca orbitando alrededor del sol para convertirse en un algodón, algo suave, amoroso, blanco... Los primeros planetas habían sufrido mucho presión bajo su mano, por eso eran planetas rocosos, pero a los últimos los había aplastado menos y se habían convertido en planetas gaseosos, mucho más grandes. Miró con cariño ese pequeño planeta rocoso convertido en algodón de azúcar puesto en su órbita definitiva. Estaba demasiado cerca del sol. Un nombre surgió de su cabeza, lo llamaría Venus, como su compañera de colegio. Aquella niña de aspecto delicado y corazón duro que tantos ratos la había acompañado de camino a casa. Venus era un buen nombre, sería su pequeño homenaje a su amiga de la infancia.


Continuó su camino por sus planetas y llegó a encontrarse con una masa rocosa no excesivamente grande y de colores pardos y blancos, se encontraba demasiado lejos del sol, ajustó la órbita a su ecuación y el planeta se transformó, de su superficie surgieron volcanes que llenaron el cielo de fuegos artificiales y se formó una gigantesca charca de agua. El planeta quedó en dos colores, el rojo intenso del magma y el azul relajante del agua. Diosa quedó mirando su obra, aquel planeta bicolor podría servirla, pero eso sería más tarde, tendría que enfriarse un poco. Ahora era fundamental ajustar las órbitas de todos aquellos astros y había perdido mucho tiempo en los primeros, tenía que darse prisa.


Se fijó en el cuarto, era un planeta rojo, muy parecido de tamaño al anterior, también podría ser un buen candidato para su obra. Así fue ajustando órbitas y dando nombre a todos los planetas. Tierra, Marte, Ceres, Júpiter,Saturno, Urano, Neptuno, y terminó con un pequeñó planetoide sin ninguna transcendencia al que llamó Plutón. Se entretuvo un rato creando un anillo alrededor de Saturno, por el simple hecho de hacer algo distinto, de hacer una diferencia en sus planetas grandes.


Observó el movimiento de su nueva creación, y se dió cuenta que la órbita de Ceres se había vuelto irregular y que se iba a chocar con Marte. Oh no !! había perdido demasiado tiempo creando un anillo que no servía de nada y ahora todo podía colapsarse. Corrió hacia Ceres, lo agarró con su mano, con tanta fuerza que el planeta saltó en mil pedazos, que siguieron orbitando como si nada hubiese ocurrido. Acababa de romper la sintonía del sistema. Lloró de rabia y sus lágrimas cayeron en el sistema y se convirtieron en satélites, su última lágrima la movió con cariño al planeta bicolor y de inmediato se puso a orbitar alredor, como una pequeña perla blanca en medio del vacío. Así fue como el segundo día Diosa creó el Sistema Solar.

domingo, 26 de octubre de 2014

Génesis I. El nacimiento del Universo

Estaba sola y aburrida, llevaba así algún tiempo. Su última obra tampoco le había satisfecho, se sentía una arquitecto frustrado. Llevaba demasiado tiempo creando y destruyendo mundos que no terminaban de gustarle. Ahora nada existía, nadaba en el cero absoluto, las luces, las formas y los sonidos de su último experimento ya sólo sobrevivían en su cabeza. Era una buena matemático, lo único que había necesitado era juntar materia y antimateria, el resultado había sido el mismo que el de otras veces, no había desechos, simplemente todo desaparecía. Se preguntó si no era excesivamente exigente consigo misma o demasiado caprichosa y estricta con sus creaciones. Se concentró y de su mano salió luz azul. Volvería a ocurrir, un nuevo universo estaba a punto de surgir de su energía. Miró fijamente la luz que empezó a concentrarse en un punto incandescente, su pensamiento se estaba convirtiendo en energía y la energía en materia, esta vez todo saldría bien. Dio la vuelta a su mano y el punto luminoso saltó de ella. Se sentó a esperar, tres, dos,… el punto cada vez más pequeño y brillante…uno cero, todo saltó por los aires, el big bang había comenzado. Ahora se empezaría a formar la materia de nuevo. Volvía a tener el problema de qué hacer con la antimateria, llevaba una eternidad intentando resolver el problema. Ya lo pensaría, era hora de disfrutar del espectáculo. El génesis, el principio, todo limpio, todo nuevo, todo por hacer, una experiencia excitante para su mente imaginativa. Los colores eran brillantes, se estaban formando nubes de gases en medio de un espectáculo trepidante de luz y sonido de luz y sonido. Un pase privado solo para sus ojos, millones de años después alguien se volvería loco imaginando como fue. Empezó a canturrear, y la vibración de su voz aglutinó los gases que se convirtieron en planetas y estrellas. Pondría la antimateria donde no molestara, tal vez tendría que volverla a utilizar como tantas otras veces, para no dejar residuos.


Un caleidoscopio de colores y formas. La luz la inventó diez universos anteriores, la consideraba su mayor creación, lo de las longitudes de onda había sido todo un acierto, podía sentarse a admirar un espectáculo que antes se le antojaba soso y aburrido. Había tanto por ver que no daba abasto en fijar en su retina tanta belleza, en cualquier sitio que mirara podía ver las nubes de gases en espiral que empezaban a moverse y convertirse en millones de puntos luminosos. Tendría que elegir una, solo una. La última vez se había dedicado a crear en muchas y había sido una locura, excesivo trabajo para tan poca recompensa. Esta vez sería distinto. Ya no podía ver hasta donde su punto incandescente se había expandido. Estaba agotada y se fue a dormir. Así fue como el primer día Diosa creó el universo.